Opinión

La difícil informalidad

Este es un hecho verificable que nos permite comparar el comportamiento de la reactivación en México con otros países.
martes, 7 de septiembre de 2021 · 17:44

La definición estricta de crisis es un acontecimiento grave e imprevisible, o que pudiéndolo prever, no se pueda impedir. En ese sentido, pocos ejemplos tan rigurosos como la pandemia que azotó al mundo el año pasado. En ese contexto, tanto el FMI como el Banco Mundial y las empresas calificadoras, construyeron escenarios mucho peores que los que se vivieron, al menos en el continente americano. Por supuesto que el golpe fue devastador para las economías nacionales; pero por un lado, ni toda la realidad económica se explica con la variación del PIB (puesto que no toma en cuenta muchos factores, y no fue diseñado para ello), y por otro lado, las previsiones de reactivación económica y recuperación de economía, empleo y salud, eran todavía más desalentadoras al inicio del gran confinamiento.

La refutación estadística más sonora es en materia de empleo. La tasa de desocupación aumentó considerablemente, aún en las economías más desarrolladas; si bien hubo países que como Japón, Alemania o Reino Unido sufrieron caídas menores, no han podido recuperar los niveles que registraban antes de la pandemia con facilidad. Sin embargo, México ha mostrado indicios positivos de recuperación y su tasa de población ocupada es de las más altas en las economías emergentes. Durante el primer trimestre de 2021, Chile y Brasil, por ejemplo, tenían una población ocupada hasta un 10% menor que los índices que manejaban a inicios de la pandemia; ésta tasa de variación en México era de 1.2%, marcando una diferencia sustancial. En la actualidad, prácticamente hemos alcanzado nuestros datos prepandemia.

No quiero sonar triunfalista, que no podemos serlo mientras haya millones de mexicanos y mexicanas en el desempleo o en la precariedad; simplemente anoto un hecho verificable que nos permite comparar el comportamiento de la reactivación en México con otros países, y sobre datos ciertos, construir mejores políticas y tomar mejores decisiones. Sin duda requiere de una explicación multifactorial. Por ejemplo, la reactivación de las actividades económicas y la regulación de los puestos de trabajo que antes pertenecían al outsourcing (que hasta julio de este año ascendía a 830,000, según  la STPS), y la magnitud innegable del empleo informal, que según el INEGI representa más del 50% de la población ocupada del país.

Hablamos de millones de personas que no tienen acceso a seguridad social, ni a derecho laboral alguno. Además, son personas o unidades económicas que por regla general no son elegibles a los apoyos gubernamentales ni a los incentivos del sistema financiero, lo que genera un círculo de precariedad o mera supervivencia para muchas de ellas. Pero el fenómeno también revela una realidad antropológica profunda; la resiliencia de la población mexicana. En este sentido, el autoempleo y el comercio electrónico subieron vigorosamente. El gigantesco impacto de la economía informal en México es en parte  resultado de la adaptabilidad de su población, de su necesidad de supervivencia. Ante una situación de emergencia, la economía informal surgió como una forma tangible de conseguir ingresos en un panorama laboral movedizo. Ahora es responsabilidad de todos lograr trabajos formales y condiciones más dignas para quienes quieren trabajar, que como podemos observar, son casi todos. La sociedad mexicana es, sin duda, una de trabajo duro y voluntad de superación. Y ningún indicador tradicional está diseñado para medir eso.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @AnaCecilia_Rdz

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