Opinión

El Festival Avándaro ¿orgullosamente Ibero?

Sí, rompiendo tabúes de aquel evento histórico.
viernes, 17 de septiembre de 2021 · 15:54

En medio de la celebración del 50 aniversario del festival que marcó la historia de la música en nuestro país, hace unos días le pregunté a mi madre, que si generacionalmente nos hubiera tocado la época de Avándaro me habría dado permiso de ir, y la respuesta fue: no.

Lo de menos fue el impacto contundente de su respuesta, pues reconozco que nunca me negó un permiso cuando fui adolescente, es más, nunca tuve que pedir un permiso. En realidad, me causó confusión que mi madre, una mujer de pensamiento y actuar libre y abierto, respondiera así.

Ello me llevó a otra serie de preguntas, que rápidamente me hicieron llegar a la conclusión de que había una especie de estigma negativo sobre aquél festival ahora histórico.

En realidad en lo más recóndito de la mente de mi madre había cientos de prejuicios extraños que ni ella misma tenía claros.

Así, me vi obligada a rascar un poco sobre la historia detrás de todo lo que hoy creemos que fue ese evento que marcó a una generación de amantes de la música y las experiencias.

Encontré artículos, entrevistas, y libros. Entre emoción, y una extraña nostalgia de algo que no viví, me topé relatos fantásticos que cambiaron el concepto que permanecía nebuloso en mi imaginario.

La primera gran sorpresa: el origen de Avándaro estuvo en la Ibero. Sí como lo escuchan, y es que el primero de los organizadores en arrancar con la idea fue Justino Compean, quien se acercó a su compañero de universidad Eduardo Lopez Negrete, y al platicarlo combinaron el gusto por los coches de este último con la idea del primero, y así idearon: Rock y Ruedas.

Compeán, trabajaba en una agencia de publicidad que llevaba la cuenta de Coca Cola, y ahí es donde aparece el tercer estudiante de la Ibero: Vicente Fox.

Los tres compañeros, cuenta Justino, armaron las partes necesarias para armar este evento. Asegura que era un modelo de negocio para explorar opciones, y así unieron al equipo un muy joven Luis de Llano y Carlos Alazraki.

Encontraron un lugar en el terreno de otro amigo, y empezaron a dar difusión en radio y medios impresos con sólo un permiso del presidente municipal, sin saber qué esperar.

Cuentan, que ya con casi todo listo emprendieron el camino a Avándaro el jueves previo, y fue desde la salida a la carretera a Toluca que empezaron a ver gente caminando, pero que aún no hilaban que iban al festival.

Acercándose al sitio, la masa de gente les hizo ver que se trataba de los jóvenes respondiendo a su convocatoria. Algunos de los organizadores calculan que para el viernes ya habían 10,000 de los 25,000 espectadores que habían considerado.

Luis de Llano ideó organizar palomazos para evitar que la gente estuviera inquieta, y así empezaron antes de lo planeado.

Inicialmente, además de cobrar las entradas, parte del negocio sería vender el contenido de las carreras a Telesistema Mexicano (ahora Televisa), con una edición del festival de música, cosa que claramente nunca ocurrió, pues las carreras se cancelaron al ser imposible mover a las cerca de 250,000  personas que finalmente llegaron.

¡250,000! Diez veces lo que habían calculado, sin celulares, redes sociales ni grandes medios detrás.

Sin los grandes aparatos de logística y seguridad que hoy vemos en los conciertos, cuentan que repartieron pequeños panfletos con un poema sobre la hermandad, y el “amor y paz”.

Ya sin boletos en taquilla, y con una multitud en los alrededores, se limitaron a subir a parte del equipo a camiones de redilas y pedir cooperación voluntaria en las entradas.

En diferentes libros y artículos, asistentes y organizadores coinciden en que fue un evento mágico, alejado de los tabúes que lo rodean.

¿Hippies? Dicen que eran contados, en realidad. ¿Mariguana? No niegan que hubo, pero casi aseguran que fue poca y que nadie vendió en el lugar.

¿Sexo y encuerados? Dos o tres, pero sin mayor morbo ni perjuicio de nadie, sólo libertad.

¿Muertos o represión? Ninguno, cuentan que incluso el gobierno se portó amable, que había gente de la Secretaría de Gobernación y el ejército, pero que nunca se metieron con ninguno de los asistentes.

Por el contrario, muchos cuentan que más que la música, se vivió un momento único de “buena onda” y hermandad. Aseguran que en algún punto se terminó el agua y la comida, que no había donde ir al baño, y que la gran mayoría no alcanzaba a escuchar la música del escenario, pero que aquel fin de semana, esa multitud de jóvenes se volvió un ente homogéneo sin distinción de clases sociales o sexo, que lo mismo compartía un sandwich que la tienda de campaña.

Ese evento que hoy marca la historia de la música y los festivales en nuestro país, en donde Alex Lora conoció a su eterna compañera, Chela, o al que el maestro Batiz nunca pudo llegar por el tráfico de la carretera causado por los mismos jóvenes, en realidad reconstruyó el espíritu de una generación que necesitaba compartir y tejer su propia identidad, rota tras los sucesos de 1968.

El saldo, en realidad, fue una entrevista no oficial en la Procuraduría. Los héroes que dieron vida a esta aventura, platican que el temor del gobierno fue la capacidad de convocatoria, y por ello la línea para la prensa fue satanizar el festival, pero que una vez que vieron que no había sido más que la idea de unos cuántos jóvenes para hacer negocio, y que contaban con el permiso del municipio, no pasó de un par de multas y regaños.

Termino este relato con una ganas terribles de haber vivido aquella época, estoy segura que mi espíritu inquieto me habría llevado a formar parte de la organización o al menos de los asistentes.

Como siempre, les dejo un poco de música en la playlist de Glu.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @sylvanalm

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