Opinión

Repensar la Historia en el Bicentenario

En ese sentido, una auténtica cuarta transformación no puede venir desde la clase política, sino que debe emanar de la ciudadana.
martes, 14 de septiembre de 2021 · 17:05

La entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, corresponde al momento marcado por la historiografía como el fin de la Guerra de Independencia. Así, este 2021 México celebra doscientos años de vida independiente. Sin embargo, más allá de celebrar sólo una fecha cívica, la conmemoración de este bicentenario nos ofrece la oportunidad de voltear a ver nuestra historia con la intención de arrojar luz sobre nuestro presente y devenir.

Siguiendo la línea oficialista, tres son las grandes transformaciones que ha vivido México desde su nacimiento como pacto político: Independencia, Reforma y Revolución. Cada uno de estos procesos es consecuencia de necesidades políticas y sociales particulares. Sin embargo, la apropiación de la historia por el gobierno en turno nos obliga a los estudiosos de la Historia a desentrañar la naturaleza de aquella narrativa política llamada la Cuarta Transformación.

El parto de la nación mexicana que en septiembre de 1821 separó nuestro destino de España, dio origen a un México contradictorio y de élites que pelearon entre sí. Rápidamente, el poder de la Iglesia Católica representó un obstáculo para la conformación de un Estado fuerte. Así, el sometimiento de la Iglesia al poder del Estado se convirtió en nuestra primera necesidad. Los hombres de la Reforma lo hicieron posible: personajes como Juárez, Ocampo y Lerdo de Tejada marcaron el camino hacia la laicidad.

Sometida la Iglesia Católica y derrotadas las fuerzas reaccionarias, México experimentó un momento de estabilidad política y prosperidad económica durante las últimas décadas del siglo XIX. Sin embargo, la permanencia de una persona en el poder por más de 30 años convirtió a México en el país de un solo hombre. El Porfiriato se presentó como un gobierno de claroscuros; por un lado, el país creció económicamente como nunca en su historia; por el otro, la desigualdad social se acrecentó. “Sufragio efectivo, no reelección” y “Tierra y libertad” se convirtieron en la demanda de la Revolución. Personajes como Madero, Zapata y Villa encarnaron la lucha popular.

La Revolución cerró la puerta a la reelección y México se convirtió en un país de instituciones. Pronto, la Universidad Nacional, el Instituto Mexicano de Seguridad Social, Petróleos Mexicanos, entre otras instituciones, dotaron de educación, seguridad social y financiamiento para el desarrollo de los mexicanos. No obstante, el Estado posrevolucionario impidió con éxito la permanencia en el poder de un sólo hombre, pero no la de un partido político: el Partido Revolucionario Institucional. En consecuencia, la concentración de poder en el presidente de la República y su partido impidió que México desarrollara una auténtica democracia. Para sobrevivir por setenta años en la dirección del país, los gobiernos herederos de la Revolución convirtieron la corrupción, el saqueo y el despilfarro en la práctica común de la administración pública.

Aquel estado de cosas dio paso a un movimiento democratizador que germinó desde los movimientos sociales de los años sesenta y setenta,  cobró mayor fuerza en los ochenta y encontró cauce con la alternancia del año 2000. Así, la salida del PRI de la presidencia de la República debió abrir paso a una gran transformación política que trajera el ejercicio de una democracia efectiva. En cambio, la alternancia fue traicionada y los gobiernos de la transición mantuvieron las mismas prácticas políticas del viejo régimen. Es ahí es donde nos encontramos ahora.

De la Independencia a la Reforma a la Revolución, si en realidad existiera una cuarta transformación ésta sería por la democratización efectiva del sistema político mexicano y no la narrativa vacía de un proyecto político que intenta retornar al autoritarismo de un solo hombre y su partido sobre el resto de los poderes del Estado.

En ese sentido, una auténtica cuarta transformación no puede venir desde la clase política, sino que debe emanar de la ciudadana. Para la verdadera transformación será necesario, entonces, que la ciudadanía ocupe cada vez más espacios de poder y que participe activamente en la toma de decisiones. Porque la democracia va mucho más allá de realizar consultas populares sin sustento o vinculación legal; democracia es rendición de cuentas; es fortalecer instituciones autónomas; es crear contrapesos al poder; es garantizar el acceso de todos a la justicia. Entendámoslo de una vez, democracia es ciudadanía. Esa es la dirección en que gira la rueda de la historia desde hace más de cinco décadas. Una transformación lenta, pero asidua y es hacia allá donde debemos transitar para construir un México más justo, más plural, con menor desigualdad social y con pleno reconocimiento del derecho de las minorías.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @Yancarlo_UNAM

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