Opinión

No solo son clases

Las secuelas de esta coyuntura específica se extenderán por muchos años más.
martes, 31 de agosto de 2021 · 16:56

En un magnífico libro que debería ser mucho más leído, Francois Bourguignon analiza, de forma ecuánime, las ventajas y desventajas que ha traído el proceso de globalización, ya con algo de evidencia empírica al pasar las décadas de la consolidación hegemónica de ese proyecto económico y político (porque también es un proyecto político), y comparando el crecimiento económico de otras épocas. Le interesa sobre todo el aspecto de la desigualdad, y si esta aumentó o disminuyó con los cambios estructurales violentos en las economías emergentes y la expansión de China y Estados Unidos en la economía internacional (una a través de sus exportaciones, y otro mediante el libre tránsito de sus capitales financieros y su propiedad intelectual a nuevos mercados). Todo el tema es interesante, pero el aspecto que me interesa resaltar hoy es el de la educación y la capacitación como piedras angulares del desarrollo.

Al hacer un recuento de década de los ochenta, quizás la época más difícil en materia de ajustes económicos para América Latina, el autor subraya que uno de los dos factores que más contribuyeron a abrir la brecha de ingresos en los países fueron las nuevas tecnologías, indirectamente, porque siempre conllevan la necesidad de nuevas competencias; quien las tiene, se considera un trabajador “calificado” y sus ingresos serán muy superiores a los de los trabajadores que no cuentan con esa calificación, si es que estos últimos tienen la suerte de volver a encontrar trabajo en absoluto.

De la misma manera, cuando las in-equidades en ciertos aspectos de la educación básica, técnica y superior disminuyeron relativamente en algunos países, el efecto económico positivo que eso tuvo para las generaciones de profesionistas correspondientes, fue enorme. En conclusión: los retrasos o carencias que una generación de estudiantes tenga en su formación, tiene consecuencias graves y de largo alcance, tanto para la economía familiar de millones de personas, como para el nivel de desigualdad que exista a nivel nacional. No es poca cosa.

Lo antes expuesto sirve para poner en su justa dimensión el regreso a clases en este complejo periodo de pandemia y crisis económica, pues es ya un consenso universal el hecho de que las secuelas de esta coyuntura específica se extenderán por muchos años más, aún cuando ya se haya superado la parte estrictamente sanitaria. Desde el inicio de la pandemia, los gobiernos, incluso los más restrictivos, dieron por sentado que ciertas actividades no podían detenerse, porque las consecuencias de paralizarlas eran mayores que la disminución del riesgo de contagio que podían tener en esa temporalidad, “actividades esenciales”, les llamamos en México. Obviamente lo relacionado con la producción de alimentos entró en primer lugar, así como su distribución, pero se agregaron rápidamente las ramas relacionadas con las comunicaciones, físicas y digitales, y luego algunas ramas industriales que (por distintas razones) se consideraron de la máxima prioridad. Con las campañas de vacunación avanzando y la nueva normalidad estableciéndose como algo que tendrá varias olas, tal vez es tiempo de considerar la educación como una actividad esencial. Porque no solo son clases, es mucho más.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @AnaCecilia_Rdz

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