Opinión

El vino en México II

En México esta creatividad ha dado origen a vinos de alta calidad y con mucho potencial que, de otra manera, no sería posible.
jueves, 15 de julio de 2021 · 16:57

En mi último artículo comenté que tuve la oportunidad de visitar el Valle de Guadalupe, Baja California, una de las regiones vitivinícolas más importantes de México y pude describir algunos asuntos curiosos, desde el cruce fronterizo en San Diego, la visita a un “virtual winery” y la experiencia de conocer diversos viñedos y casas vinícolas en esta región. Visité dicha región con unos amigos de la Ciudad de México y uno de ellos me preguntaba qué era lo más distintivo del vino en el Valle de Guadalupe (y en México en general). Después de pensarlo durante un tiempo, le dije que lo más me llamaba la atención del vino en esta zona eran dos cosas: el tipo de varietales que son plantados y el vino que producen (incluidas las mezclas) y la segunda cosa, la calidad del producto final que compite (en muchos casos) con los mejores vinos del mundo.

¿A qué me refiero con ello? Veamos, si pensamos en Francia, por ejemplo, Borgoña, inmediatamente asociamos las uvas Pinot Noir y Chardonnay con dicha región; o bien, si pensamos en Rioja nos referimos a la uva Tempranillo, o si mencionamos la Toscana, en Italia, estaremos hablando primordialmente de la uva Sangiovese. En dichas regiones y apelaciones, hay reglas claras de qué tipo de uvas se pueden plantar y cómo se debe producir el vino. Hay regiones mucho más estrictas que otras, por ejemplo, Champagne en Francia tiene muchas más reglas en la producción del vino y el cultivo de las uvas que, por ejemplo, el Valle Central de California, en Estados Unidos. De cualquier manera y en contraste, una de las cosas que más destacan del vino en México – particularmente en Baja California – es la libertad y creatividad que tienen los productores de plantar las uvas que deseen y producir el vino en el estilo que más le guste.

Durante mi viaje escuché de varietales italianos como Nebbiolo (mi favorito, como lo comenté la vez pasada) y otros como Barbera, Aglianico, Sangiovese, etc. En otros casos hay mezclas de dichas uvas con varietales que en otras regiones sería impensable. Por ejemplo, en la Ribera del Duero no mezclarían Cabernet Sauvignon con Syrah y Nebbiolo. Sin embargo, en México esta creatividad ha dado origen a vinos de alta calidad y con mucho potencial que, de otra manera, no sería posible.

En ese sentido, lo anterior tiene cosas buenas y malas, como en todo. Lo bueno de ello, tal como lo he descrito en este artículo, es que los productores tienen toda la libertad para crear y producir aquello que más les plazca (con gran calidad, generalmente); en contraposición, la falta de reglas y de estándares – como los hay en otras regiones – no permite que la calidad del vino tenga estándares comunes o bien, que exista un estilo determinado y diferenciado en la región (y por ende, la reputación de una apelación o denominación de origen que ello conlleva, sin que necesariamente el vino sea de mala calidad).

Mi intuición me dice que, sin tenerlo necesariamente definido en “blanco y negro” (como se dice coloquialmente), la calidad del vino mexicano está presente y los productores tienen sin duda estándares mínimos de producción (en general). Como en todo, la otra mitad de este problema se refiere a los altos impuestos que paga el vino en México, las cuestiones burocráticas que ello conlleva y la capacidad de que todos puedan ponerse de acuerdo en beneficio de esta industria. El tiempo lo dirá. Pero lo que no queda duda es del gran potencial del vino mexicano en la escena mundial.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @BeyondTheGrapes

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