Opinión

El nomos de la crisis

La pandemia demostró que sí puede haber acciones coordinadas entre los gobiernos y bancos centrales para evitar que la especulación.
martes, 8 de junio de 2021 · 15:57

El avance del mundo en el combate a la pandemia es innegable. Definitivamente hay una situación asimétrica entre los países ricos y pobres; entre los que cuentan con vacunas de sobra y los que dependen de programas asistenciales de la ONU que han tenido poco éxito. Pero no hablo de esa desigualdad, que más que una prueba es un síntoma. Resalto que, globalmente, el mundo entero está en una posición mucho más ventajosa ahora que hace un año, tanto en sus proyecciones epidemiológicas, como en sus escenarios de recuperación económica. Pero en estas condiciones, también la humanidad está en una encrucijada: esta no fue una recesión común, y las herramientas que se han utilizado para amortiguar el golpe, tampoco fueron comunes. Ahora toca decidir si queremos que el modelo de desarrollo económico y los incentivos insertos en él, van a ser los tradicionales, o tendremos la audacia de proyectar, también, escenarios que hasta antes de la pandemia se consideraban inviables, y que podrían cambiar las reglas que han establecido la indigencia de millones de personas como un costo inevitable del “progreso”.

Roberto Mangabeira Unger, pensador brasileño que ha sido de vanguardia para la izquierda durante toda su vida, hoy entrado en años, había puesto el dedo en la llaga hace algunos años, cuando disertaba sobre la recesión económica mundial de 2008: lo que existe en el mundo - decía - es una falta abrumadora de alternativas, y un discurso hegemónico que inhibe la imaginación política y económica, mediante el sofisma de que el presente político y económico es el único posible e inevitable. En muchos países, sobre todo europeos y latinoamericanos, la propuesta de la izquierda es la misma que la de la derecha, con una especie de descuento humanitario; “es lo que se puede, porque ni modo que nos metamos a cambiar la acumulación de la riqueza, esa es natural”.

Los antiguos griegos distinguían entre el orden de la naturaleza, preexistente a la cultura, digamos, y cualquier otro orden creado por el ser humano. Al primero le llamaban physis y al segundo, nomos. Esta distinción ha sido esencial para abordar los problemas en la ciencia, porque el orden natural es inviolable y trascendente (no se puede ir en contra de la ley de la gravedad, por ejemplo) pero el orden humano es producto de haber tomado, colectivamente, unas decisiones y no otras (así que no era inevitable). El presente (individualista, consumista, depredador, fatigado) es también la negación deliberada de otros presentes que pudieron haber sido. La política, y también la política económica, se trata de eso, de imaginar y luchar por futuros posibles, no de resignarse al fatalismo de gerenciar naufragios.

La situación límite en la que la pandemia colocó al mundo entero, sin distinción de regímenes políticos ni ingreso per cápita, demostró también que pueden haber acciones coordinadas entre los gobiernos y bancos centrales para evitar que la especulación de unos pocos se llevara entre las patas de los caballos el sistema bancario y financiero de países enteros. Resulta que sí se puede, y eso estuvo bien. ¿Qué otras cosas que nos habían dicho que no, también se podrían?

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @AnaCecilia_Rdz
 

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