Opinión

Viejos prejuicios, nuevas realidades

Nuestro país realizó un pago histórico al servicio de deuda externa, lo que revela, de forma incontestable, que ha existido un manejo sano de las finanzas públicas.
martes, 22 de junio de 2021 · 17:24

México se encuentra en una situación totalmente distinta de la que había en la década de los ochenta e incluso en la década de los noventa. La afirmación sería una obviedad si no fuera porque, una semana sí y otra también, numerosos analistas y políticos insisten en analizar cifras y acontencimientos presentes con categorías, dogmas y descalificativos del pasado.

Hace unos días, nuestro país realizó un pago histórico al servicio de deuda externa, lo que revela, de forma incontestable, que ha existido un manejo sano de las finanzas públicas, pero además, la clara intención de dejar mejores condiciones macroeconómicas a las administraciones que vienen. Es común que los gobiernos se dediquen a resolver los problemas urgentes, porque son inevitables, y a preocuparse por temas de consecuencias políticas de corto plazo, porque son esos los que les generan dividendos que pueden aprovechar en su horizonte de vida política (el trienio, sexenio, o lo que corresponda). Sin embargo, una de las dimensiones que deberían ser parte de todos los planes de gobierno es la contribución, así sea modesta, a los problemas estructurales que trascenderán la administración e incluso la vida de los integrantes.

Dejar de lado los grandes problemas y centrarse en la coyuntura exclusivamente, es lo que ha generado que, a lo largo de varias décadas, temas como la contaminación, el déficit, la pobreza y la violencia se incrementen en los países, mientras los sucesivos gobiernos se concentran en dinamitar lo que hicieron los predecesores. En México, concretamente, fue práctica común endeudarse indiscriminadamente y a largo plazo, para subsanar errores de política hacendaria o monetaria cuyos responsables hace tiempo que dejaron de estar entre nosotros. Aunque parezca increíble, las mexicanas y mexicanos seguimos pagando, año con año, los intereses causados por rescates financieros derivados de las crisis ocurridas en los sexenios  de José López Portillo y Miguel de la Madrid, por ejemplo. Por eso, en una democracia, y con una historia como la nuestra, se agradecen los gobiernos que se ocupan del presente sin despreocuparse del futuro.

Por todas estas razones, también, tiene sentido hablar de soberanía energética, autosuficiencia alimentaria, creación de cadenas de valor locales, y otros objetivos que los países ricos priorizaron durante varias décadas, mientras las élites tradicionales de América Latina los denostaban, en aras de un cosmopolitismo chabacano que enmascaraba una claudicación deshonrosa.

Hoy más que nunca es imperativo colocar esos temas en la agenda pública, y dar la batalla para que sean tomados en serio, y posteriormente transformados en leyes, políticas públicas y modelos de desarrollo. El último año nos enseñó que los dogmas económicos neoliberales, que durante 40 años reverenciamos como si fueran leyes naturales, son sólo supuestos teóricos, muchos de los cuales no resistieron la evidencia en contrario que representó tanto el cierre económico global como los ambiciosos programas de reactivación de gobiernos y bancos centrales. La normalización gradual de las actividades económicas y la vida social, que en general es positiva (y ya inevitable), quizás venga acompañada de un discurso reaccionario por parte de algunas partes interesadas en restaurar la inamovilidad de las creencias económicas que condenaron al mundo a un crecimiento mediocre, una concentración de la riqueza sin precedentes y la precarización laboral como condición necesaria para la estabilidad macroeconómica. Hoy tenemos pruebas de que sus premisas son erróneas y sus promesas son mentiras. Defendamos un futuro alternativo; ya no hay excusa.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @AnaCecilia_Rdz
 

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