Opinión

Los árbitros electorales

Me atrevo a decir que las instituciones electorales adquirieron rasgos feudales y caciquiles, acordes con nuestra cultura política.
lunes, 19 de abril de 2021 · 17:20

Está mal que los órganos autónomos sean intimidados por cualquier gobierno o candidato. Ya que dejamos eso en claro, podemos platicar en serio. Por casualidad me tocó trabajar, en mis primeros años de profesionista (hace ya veinte) en algunos organismos electorales, tanto administrativos como jurisdiccionales. Quienes dicen que en ellos se encuentran algunos de los profesionistas más serios y capacitados del servicio público en México, tienen razón; pero también se encuentran ahí ejemplares de lo peor que tiene el país, no solo en las trincheras gubernamentales, sino de los partidos políticos, rancios, enquistados y con plazas “concursadas” obtenidas mediante simulaciones en masa a lo largo de varios sexenios, que permitieron blindar a una casta de mediocres. Y no estoy hablando de los Consejeros ni de los Magistrados, cuyo nombramiento es político aunque se diga otra cosa, y los perfiles son tan asimétricos que es imposible validar cualquier competencia o solvencia de ellos en abstracto. Se suponía que todos terminarían conociendo bien su materia, y en principio, sobre todo los del servicio profesional, contarían con una expectativa de estabilidad que les permitiría ser más imparciales, más “técnicos”, y menos políticos. Por eso también - se supone - ellos tenían que tener, todos, un sueldo muy superior a cualquier persona en el gobierno.

Huelga decir que esas esperanzas, que se decretaron como garantías institucionales por diseño, sólo se cumplieron a medias. La vida política de un país es la interacción recíproca y permanente de sus instituciones y sus prácticas reales; y son estas últimas las que le dan un cariz peculiar a los modelos políticos y normativos dependiendo del lugar al que se importen. A riesgo de caer en una sobre simplificación, me atrevo a decir que las instituciones electorales adquirieron rasgos feudales y caciquiles, acordes con nuestra cultura política.

Exhorto a cualquiera que no haya trabajado en ellos, a hacer un estudio antropológico, en calidad de “observador participante”, en cualquier órgano electoral. Encontrará que cada ponencia u oficina de los consejeros (o magistrados) es un pequeño reino, regido por reglas propias (acordes con el estilo personal del jefe, faltaba más), cuotas de plazas, proyectos y demás fronteras de beneficios que se renegocian y redefinen constantemente, pero siempre queda claro a quién “le toca” qué dirección general, qué plaza, qué distinción. Es interesante también que ninguno de ellos cuestiona las prácticas laborales del otro, porque antes de ser empleados de la institución, son “gente de fulano”; así que él sabrá cómo los trata, qué les exige y cómo los castiga. Dentro de las instalaciones de esos organismos, las canonjías y la franca servidumbre a la que se acostumbra a los “ciudadanos consejeros” en turno, haría ruborizar a más de un dictador bananero.

Cuando yo estuve en una de esas instituciones, de corte jurisdiccional, uno de los magistrados exhortaba a sus secretarios a tomar frecuentes cursos de actualización, leer doctrina extranjera para no limitarse a los perjuicios del pasado y evitar los machotes de sentencias, para que tuvieran que argumentar en cada caso con un mínimo de seriedad. Al mismo tiempo, en la oficina de enfrente, el jefe hacía que dos de sus secretarios de confianza viajaran periódicamente a Tijuana, en autobús, para conseguir refacciones para sus Mercedes Benz de colección que tenía estacionados en todos los lugares que le correspondían a su ponencia. Los otros magistrados, los decentes, miraban de reojo la hilera de autos clásicos, esbozaban una sonrisa condescendiente y seguían su camino. Faltaba más.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @IsraelGnDelgado

 

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