Opinión

El Mezcal, el Peón y la Muerte

Algunos amigos de Casiano andan igual. La pobreza, el analfabetismo y la falta de oportunidades no les dejan opciones.
viernes, 5 de noviembre de 2021 · 11:58

Mezcalendo 

Casiano se sirvió un café, lo engrosó con mezcal y comió un pan de yema que encontró sobre la mesa de la humilde casa que habita en el cerro. El sol aún no clareaba.

Casiano había cumplido los sesenta años el mes pasado, tenía 4 hijos, tres varones, una mujer, y diez nietos. Dos de sus hijos, los mayores, se fueron a vivir a los Estados Unidos y no pueden volver. Los extraña y solo sabe de ellos cuando le hablan por teléfono. Su esposa, María, tiene uno de esos que se doblan que le regalaron la navidad pasada. Ambos no le entienden mucho al aparato, pero ya aprendieron a recibir llamadas. Desafortunadamente no saben leer y no pueden lidiar con los mensajes de texto. Los otros dos hijos trabajan en la ciudad de Oaxaca y los pasan a ver de vez en cuando. Uno es chofer de autobús y la otra es camarera en un hotel.

Desde que Casiano se lastimó fuertemente la espalda, moliendo mezcal con un mazo en un palenque aledaño dejó de trabajar. Lo hizo durante años. Dicen que era bueno para ello, pero desafortunadamente un nervio fue machucado por una vértebra y no pudo más trabajar. Sin darle ni un centavo de compensación por los diez años trabajados le dieron las gracias. Hoy es una máquina desgarradora que hace su trabajo.

Él y María viven de lo que sus hijos les mandan que no es mucho. María además lava ropa, vende huevos y atiende una tiendita de abarrotes abajo en el pueblo.

Antes de moler magueyes con un mazo de 30 kg, Casiano se dedicaba al maíz. Sembraba lo poquito que podía en su terrenito y lo vendía. Hace diez años cuando comenzaban a hacer mezcal por doquier, encontró ese trabajo mejor remunerado y se dedicó a hacer mezcal. Como era fuerte lo pusieron a moler. Él y otros dos le daban de las 7 am hasta las 7 pm, con descanso solo para comer. Casiano vio crecer el negocio que lo empleaba, sin embargo, en esos diez años le aumentaron el salario solo tres veces. Antes de retirarse ganaba apenas 200 pesos por día trabajado, sin vacaciones, ni días de enfermedad, ni seguro medico.

Durante esos años Casiano comenzó a beber. Al principio eran sólo dos o tres mezcalitos, saliditos del chorro, puras puntas. Pasado el tiempo, bebía desde que llegaba y no paraba a sino hasta que se acostaba completamente borracho. Casiano era un hombre bueno, pero con los tragos le daba por pelear, se agarraba a golpes con vecinos, parientes, colegas e incluso con sus hijos. Una vez, quiso golpear a María, pero su hijo se le puso en frente y desde entonces Casiano dejo de pelear. Bebía desde que se paraba y no se detenía hasta que se acostaba. María escondía el poco dinero que ganaba y el que le mandaban los hijos para que Casiano no lo gastará en trago. Durante el día, Casiano se iba a los palenques vecinos y mientras el mezcal caía del chorro, se le hacía fácil estirar el brazo y beber.

Algunos amigos de Casiano andan igual. La pobreza, el analfabetismo y la falta de oportunidades no les dejan opciones. Trabajan a lomo partido del alba al anochecer y se ponen a beber. Ahogan sus deseos, dolores y destino en el bendito aguardiente que apaga el dolor y les da trabajo. Acceden gratuitamente, ahí lo tienen, tan solo estirando el brazo.

Esa noche, pese a que el doctor se lo tenía prohibido, debido a que presentaba un cuadro de cirrosis avanzada, Casiano estirará su brazo una vez más para llenar el carrizo con puntas aún calientitas, quizá a más de 70 GL, lo hará un par de veces; más tarde ya en su cama, no sin dolor, Casiano pasará a mejor vida.

Puedes conocer más del autor en su cuenta de Twitter: @ElixirGospeller

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