Twitter: @IsraelGnDelgado
Desde que Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia de México, el país vive tiempos interesantes al menos en materia de comprensión del arreglo político. El mandatario ha sido congruente (en lo que le ha sido posible) con la imagen y el uso de símbolos que cultivó durante décadas desde la oposición. Esto no es fácil, puesto que las grandes figuras contestatarias a un régimen, normalmente se ven obligadas a cambiar radicalmente sus formas y su fondo desde el momento en que acceden al poder (el meme del borracho que se vuelve cantinero, tan sobado). Sin embargo, el presidente no lo ha hecho.
Algunos analistas han aventurado que no ha querido asumir su papel de gobernante, y por eso sigue hablando como si fuera todavía candidato; creo que se equivocan. En concreto, pienso que una de las cualidades personales de AMLO es su capacidad de proyectar sombras distintas, dependiendo de lo que requieran las circunstancias. A veces es presidente, y tan de novela de Spota como sea necesario (pregúntenle a sus precandidatos prometidos para 2021, que ya no fueron); a veces sí es un estadista, con una compleja visión de teoría de juegos (recuérdese su apuesta en la OPEP, por ejemplo, o la negativa a adquirir deuda el año pasado, porque “todos lo estaban haciendo”); a veces se muestra frente a su base como un opositor al que le sigue jugando chueco “el sistema” (y por eso su discurso de polarización es indispensable), y a veces es un líder social, el papel que mejor le sale porque es en el que tiene más práctica.
Estoy seguro de que AMLO podría sumarse a cualquier marcha de protesta contra el gobierno y terminaría encabezándola, como si no fuera su problema ni tuviera mayor responsabilidad del otro lado de la ventanilla. Y su base lo respaldaría; no puedo pensar en otro político mexicano que tenga ese polimorfismo tan natural, y tan efectivo. Creo que eso explica, en parte, que haya cerrado el año pasado con una aprobación por encima del 60%, aunque menos del 30% de los mismos encuestados crean que el país va por buen camino. Además, la mayor parte de la aprobación se dirige a características percibidas de su persona y no de su gobierno (52% está convencido de su honestidad, sólo 37% de su capacidad para dar resultados). Ese es el gran reto conceptual del gobierno actual, asumir, de una vez por todas, que la aprobación presidencial ni es suficiente para lograr gobernabilidad ni se traducirá, en automático, en una intención de voto hacia MORENA del 62%. Acto seguido, se requeriría de un par de golpes de timón que quién sabe si el capitán esté dispuesto a dar: dejar de patrocinar o cobijar a cualquier impresentable, por razones afectivas; empoderar a algunas Secretarías de Estado conforme a sus atribuciones, pues hasta hoy están borradas y son simplemente recaderos (poco eficaces, además) de otros actores políticos ye económicos de peso. Porque los mexicanos ya perciben que el presidente es una buena persona pero el país va por su lado, y eso no es conveniente para nadie.
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