Opinión

Por el derecho a pensar, opinar y sentir distinto

jueves, 3 de septiembre de 2020 · 13:51

Twitter: @AlfiePingtajo

Llevamos medio año en confinamiento o en una especie de vida aletargada.

Se vive, pero no se goza del todo.

Se sale a la calle, pero no se disfruta.

Las opciones de entretenimiento ya no son las mismas o no se disfrutan de la misma forma.

Algunos dirían que esta “nueva normalidad” vino a reforzar su ser antisocial.

Estamos viendo enfermar o morir personas y cada día se acercan más a nuestro círculo social o familiar.

Y también estamos presenciando la desaparición de pequeñas y medianas empresas o de cómo son más las personas que se van quedando sin empleo.

No hay política social o económica que alcance, pero tampoco parece existir una claridad de rumbo o la calma de saber que el Gobierno -realmente- tiene un auténtico plan B. Da la impresión de que van decidiendo conforme van brotando los problemas. Existe una política de contención y no de prevención.

Los mexicanos, sus políticos y gobiernos nos estamos volviendo expertos en sobrevivir entre escombros y derrumbes, y no hemos encontrado la forma de cómo vivir con edificios sólidos y difíciles de desmoronarse.

Las palabras, las energías y los sueños se van acabando.

Y, sin embargo, hay que encontrar fuerzas para seguir viviendo y defendiendo lo que pensábamos ya no necesitaba defenderse.

Ya son dos años de un presidente que prometió transformarlo todo y más bien parece que vamos en reversa a los años 70´s.

Las promesas y la demagogia siguen siendo nuestro platillo principal. Se crean políticas para dar la sensación de que vamos progresando, pero no se resuelve el problema de fondo.

Poco se soluciona si le das dinero a la gente para que coma, sin ofrecerles las herramientas para conseguir el dinero que les dé de comer sin necesidad del apoyo del gobierno.

Son años extraños. Son tiempos surrealistas

Como sociedad ya habíamos conquistado la posibilidad de criticar a los gobernantes en turno sin temor a ser vetados y un respeto absoluto a la libertad de expresión; podíamos cuestionar al presidente, hacer sátiras, caricaturas (tal y como le tocó a Benito Juárez, Porfirio Díaz y tantos más). Hoy, el actual presidente se queja de ello. Me hubiera gustado escuchar a nuestro actual Presidente defendiendo a Peña Nieto de la sarta de burlas que recibió no sólo de su forma gobernar, si no el excesivo o no juzgamiento que vivió toda su familia. Coherencia, congruencia le llaman.

Andrés Manuel López Obrador siempre fue un gran crítico de los anteriores gobiernos. Se le reconocía, se le aplaudía. Hoy, resulta, no le gusta que lo critiquen. El país, según él, tiene dos componentes: liberales y conservadores; estar con él o contra él. En medio nada.

Nuestro presidente debería saber que un país donde su presidente y demás autoridades pueden ser criticados libremente -incluso si estas críticas provienen de sus trabajadores- es un país que goza de una democracia pura y sana.

Un gobernante que defiende y vela por la autonomía de pensamiento, ideología y filiaciones políticas de sus trabajadores, es un gobernante que entiende lo valioso y necesario que es contar con la pluralidad de visiones y lo necesario que es la disidencia interna. Se aprende del aplauso, pero más del abucheo.

La libertad de expresión, hoy, también está intubada.

Hoy, más que nunca, se necesita que los liberales, los hombres libres y de buenas costumbres, los expertos en combatir los vicios y pulir las virtudes salgan a defender lo que tanto costó a otros construir.

Las opiniones vertidas en la sección de Opinión son responsabilidad de quien las emite y no necesariamente reflejan el punto de vista de Gluc. 

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