Opinión

Aventura todo terreno a un viñedo de barcos, lanchas y columpios de arcoíris

viernes, 31 de julio de 2020 · 11:03

Twitter: @sylvanalm

En mi entrega pasada, me acompañaron al Valle de Guadalupe. Quienes ya han estado ahí, seguramente coinciden conmigo en que es inevitable regresar. Y, por eso, hoy los llevo de vuelta a mis queridas tierras bajacalifornianas.

La primera vez que intenté visitar Vena Cava, fue todo un fracaso. Era el día más lluvioso en El Valle en años, no dejó de caer agua, pero mi espíritu intrépido me empujó.

Puse música, y emprendí el camino para llegar a la cita de wine tasting. De pronto, mi celular se volvió loco y me hizo rodear, hasta que me encontré en medio de la nada, en un camino de lodo, el cual difícilmente podía entender si era profundo o no. Entré en pánico, pensaba qué hacer ¿será que me quede atascada en el lodo? ¿será que me hunda? Toda una chilanga inexperta haciendo el ridículo, y es que cada que veía un charco me bajaba para aventar una piedrita y tratar de entender mis posibilidades de cruzar, mientras los locales me rebasaban sin miramientos.

Foto: Sylvana M

Después de un largo camino, llegué a la intersección que salía hacia La Villa del Valle, complejo del que forman parte Vena Cava y Troika. De pronto, veo una especie de bajada con un enorme jeep hundido en el lodo, mientras su dueño salía con dificultad. ¡Sí! Mi instinto chilango, no estaba tan errado, si aquel enorme jeep se hundía en el fango ¿qué me hubiera esperado a mi?

Un poco triste llamé para cancelar mi cita, y resignarme a intentarlo después. Y es que me habían hablado maravillas del lugar, y de sus vinos.

Así, unos meses más tarde, y con la bonanza del clima de julio, regresé con una querida compañera de aventuras.

Maite y yo, teníamos una misión que un día les contaré. Con una agenda apretada, condujimos hasta Vena Cava desde Tijuana. Hicimos una sola parada en Puerto Nuevo para llenar nuestro espíritu de tacos de langosta con frijoles y tortillas de harina, muchas tortillas de harina que escurrían mantequilla de la langosta.

Esta vez el clima era perfecto, por lo que llegamos fácilmente a un lugar inesperado. Eran por ahí de las cuatro de la tarde, el sol no nos quemaba, pero era suficiente para iluminar de forma radiante la punta de un barco que imponente hace las veces de techo de lo que después descubriríamos es la vinícola donde parte de la magia de los vinos de esta casa productora, sucede.

A la derecha un oasis en medio del desierto: Troika. Literalmente, en medio de piedras y vegetación semidesértica, puedes ver un pequeño lago formado por el reservorio de agua del viñedo, donde habitan algunos patos, y una lancha, escoltados por un techo que recuerda a una enorme red de pesca, pero que si ves con detenimiento está construída por restos de las mangueras que se usan para llevar agua a las vides.

Con una enorme sonrisa, nos recibió Glenda, y nos dio un recorrido por una construcción hecha de corazas de barcos, que fungen como techo de un espacio lleno de barricas, botellas y vino. Y es que el líder del proyecto enológico, Phil Gregory, dedicó gran parte de su vida a la mar.

Foto: Sylvana M

Sus vinos son fantásticos. Gracias al calor, el que más disfruté fue el Sauvignon Blanc 2018, aunque no puedo dejar de recomendarles la Mezcla Especial 2017. También, tienen etiquetas de vino ámbar que yo aprecio particularmente (no se pierdan esta variedad cuando estén por allá).

Desde 2005 se han esforzado en producir vinos que buscan aprovechar el suelo rico en minerales, y el microclima que permite crecer un viñedo que no utiliza pesticidas ni fertilizantes. De igual forma, experimentan con distintos métodos de vinificación para la creación de vinos naturales, y fermentación en barrica, logrando etiquetas únicas por su autenticidad.

Mientras caminas por aquella estructura, te empapas de la vida de la cava, y el viñedo. Botellas siendo etiquetadas, grandes cubos con mosto, y el sonido de algún descorche en el área de catas.

Los vinos que probamos nos abrieron el apetito, y fue momento de regresar al exterior. Empezaba a caer la tarde, y los colores del atardecer parecían sacados de un cuadro de Monet. En medio del pequeño lago, el reflejo de la lancha que adorna el espacio se cortaba con el viento que pegaba en la superficie del agua.

Con semejante escenario nos sentamos, mientras Enrique, Martha y Rigo nos hicieron llegar un desfile de delicias: tostadas de pulpo a las brasas con puré de jitomate salteado, ostiones Kumiai, y sopes de lechón con cebolla, cilantro y salsa, acompañados de una cerveza Wendlandt (bajacaliforniana, y debo confesar de mis favoritas).

Su gente es fantástica, disfrutan lo que hacen, y te transmiten ese gusto por acompañar tu visita con sus delicias y buen humor.

Después de tanto vino, y buena comida, necesitábamos una caminata antes de manejar hacia Ensenada. Así que nos propusieron conocer la zona de instalaciones de arte del complejo. Unos quince minutos son suficientes para empezar a encontrar piezas increíbles.

Dos perros muy simpáticos nos acompañaron junto con la caída del sol. Metros antes de encontrar la primera pieza, nos alertaron de la presencia de una tarántula, pero el espectáculo era tan hermoso que no hicimos gran escándalo con nuestra amiga de ocho patas, ni con la víbora que unos metros adelante ahuyentaron los juguetones canes.

Un observatorio astronómico hecho de piedra, una escultura con la esencia de un ojo de dios de la comunidad Wirikuta, un columpio en forma de arcoíris, y mi favorita: una instalación hecha de lanchas que paradas sobre la tierra, se conectan con cuerdas de piano a un artefacto que genera sonidos que parecen intergalácticos, al moverse con el viento.

La luz del día se terminaba, aceleramos el paso de vuelta. Ya servían la cena para los patos y los perritos, así que nos apuramos a agradecer la increíble experiencia, y a tomar nuestro camino a Ensenada.

Maite y yo disfrutamos la caída de la noche en la carretera. Mientras reíamos, planeamos nuestra próxima visita… ese mismo fin de semana.

Vinícola Vena Cava y Troika : Rancho San Marcos S/N, 22750 Valle de Guadalupe, B.C

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