Opinión

La penumbra de Trump, el búnker de Trump

jueves, 4 de junio de 2020 · 13:20

Twitter: @JesusFraRom

George Floyd fue asesinado el pasado 25 de mayo a manos de un policía de Minneapolis, Minnesota. George Floyd era afroamericano. George Floyd fue asesinado en un acto racista. Seguido de su muerte, vino lo inevitable. Las protestas. Y una exigencia vieja pero que no caduca: muerte al racismo.

Estados Unidos está siendo golpeado por otro virus, uno para el que no hay vacuna. Su nombre, racismo. Año con año, más allá de las estadísticas, miles de grupos “minoritarios”. Léase afroamericanos, orientales, mexicanos y centroamericanos, viven múltiples actos racistas. Esto no es exclusivo de policías. Basta recordar un video que se hizo viral hace unos días de una mujer que en Central Park llamó al 911 para reportar a un hombre que la estaba amenazando. Ese hombre, un afroamericano, solo le pidió que paseara con correa a su perro. Afortunadamente el caso no pasó a mayores. Afortunadamente la mujer fue despedida de su empleo.

Ante las protestas que hoy azotan 140 ciudades en Estados Unidos y con una Guardia Nacional desplegada en 21 estados, el presidente Donald Trump quizá vive los días más oscuros en su presidencia. Desde el búnker de la Casa Blanca llamó a gobernadores idiotas. En un audio filtrado por The New York Times el presidente les reprochó su “inacción” ante los disturbios ocasionados, directa e indirectamente, por un presidente que se ha dedicado a dividir y enaltecer la cultura supremacista del blanco norteamericano.

Con la abolición de la esclavitud en 1863, decretada por Abraham Lincoln, Estados Unidos, se esperaba que poco a poco se fuera apagando la llama racista. La realidad ha sido otra. Martin Luther King Jr., activista afroamericano asesinado en 1968 fue, quizá, el último gran luchador que le puso cara al racismo. Gracias a él se ganaron derechos que se le seguía negando a esta comunidad.

Hoy, Estados Unidos está roto, dividido, incendiado. Trump, con cada tuit y cada declaración, lanza un galón más de gasolina que enciende a manifestantes. Da igual el color. Muchos de ellos, ya tercera generación en la Unión Americana, han salido de la espiral del silencio.

Hablar de racismo o “anti-blackness”, es entrar en un terreno árido. Un lugar donde lo que se ve “a simple vista” dista mucho de la realidad que vive esta comunidad, junto con latinos y centroamericanos, en los guetos construidos adrede en las periferias e las grandes ciudades. Sí, esos que sostienen a la sociedad productiva estadounidense, pero que en los medios son repudiados por estar “sin papeles”. Vaya contradicción.

Trump seguramente se irá dejando un legado: fue el presidente que volvió a encender a esos grupos ultras. El que les dio más margen de maniobra. Ese que permitió que le inyectaran millones de dólares a su campaña. A su gobierno. Con quienes se sentó a comer una rica hamburguesa de McDonald’s. El que venga tendrá una tarea doble: recomponer la economía sostenida con palillos que terminó de tirar la Covid-19. También, recoger las cenizas de los manifestantes antirracismo y convertirlas en leyes y modos de vida que acaben con una pandemia que NO tiene cura. Por el momento.

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