Opinión

El falso dilema de escudar al humor racista en la libertad de expresión

martes, 23 de junio de 2020 · 12:28

Twitter: @JoseUrquijoR

En las últimas semanas y particularmente en los últimos días, se ha recrudecido un debate sobre la libertad de expresión en nuestro país, producto de la polémica generada por el comediante Chumel Torres y la suspensión de su programa de Televisión en HBO.

Antes de hablar de ese tema, me parece prudente poner en contexto cómo llegamos a este punto, y por qué es importante analizarlo desde un enfoque de racismo, clasismo y discriminación, antes de caer en el encuadre de un debate de libertad de expresión.

El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación organizó un foro virtual para hablar de racismo y clasismo en México. Al foro estaban invitados personajes que se han caracterizado por su lucha en contra del racismo en nuestro país, y también el comediante e influencer Chumel Torres, que se ha sido un crítico del actual gobierno, utilizando en muchos casos la comedia política como recurso fundamental de su crítica.

El problema surgió cuando los usuarios de las redes sociales comenzaron a exhibir publicaciones abiertamente racistas y clasistas de Chumel, donde el comediante hacia “chistes” sobre temas raciales o de género. El asunto llegó a tal nivel, que el Conapred se vio obligado a cancelar el foro, y el tema llegó a la mañanera donde desde el atril presidencial, AMLO juzga lo que le parece correcto o incorrecto desde su óptica moralista.

El 17 de junio AMLO se refirió a Chumel Torres en este tema como:

“Son pues personas caracterizadas por despreciar a otros, verdaderamente racistas, comentarios racistas, discriminatorios, demostrada y ahora resulta que para un foro contra la discriminación, se le invita, es como si para un foro de derechos humanos, se invita a un torturador”.

Al día siguiente el presidente ironizó que desconocía qué era el Conapred, dijo que en el periodo neoliberal se crearon muchos organismos que no servían, demeritando el trabajo de investigación que históricamente ha realizado esta institución, y sugirió que este organismo debía desaparecer o ser absorbido por la Secretaría de Gobernación. Al final, esto no sucedió y se abrió el debate del trabajo de Conapred en los últimos años.

Luego de que el tema escalara hasta el púlpito presidencial de Palacio Nacional y de que se generaran acaloradas discusiones en redes sociales producto de un tuit donde Beatríz Gutiérrez Muller, esposa de AMLO, criticara a Chumel por comentarios ofensivos hacia su hijo, HBO suspendió el programa de Chumel Torres en su canal para Latinoamérica, y entonces, pareciera que la conversación giró hacia la supuesta falta de libertad de expresión y autoritarismo presidencial.

Las conversaciones se dividieron entre quienes acusaban censura a Chumel Torres promovida desde el poder político, y otros defendiendo el encuadre de que no podía

seguirse solapando el racismo, y que HBO habia hecho bien en suspender indefinidamente el programa de Chumel. Aquí hay un falso dilema que trataré de explicar a continuación.

Racismo y clasismo en México

Regresemos a lo importante, a la raíz del problema. Hablemos de racismo, clasismo y sexismo en México. Volvamos a encuadrar la conversación en lo verdaderamente relevante: México es un país profundamente racista y clasista, que esconde sus prejuicios escudándose en el supuesto “humor que nos caracteriza”. Hay que decirlo claro y fuerte: Escudarnos en el humor es una forma de validar y justificar nuestro propio racismo y no cuestionarnos.

En un artículo publicado en la Revista Nexos y titulado No soy racista, pero, Roberto Morris argumenta que una de las herramientas más utilizadas para la propagación de ideas racistas es el humor de descrédito; humor que refuerza estereotipos negativos hacia grupos determinados. Morris afirma que decir “sólo es una broma” parece suficiente para exculparse de aseveraciones abiertamente racistas; sin embargo, menciona en el artículo, usar y permitir que se utilice este humor sí tiene consecuencias reales, ya que este humor genera un ambiente de permisividad para que las personas puedan discriminar abiertamente sin temor a consecuencias sociales; es decir, los envalentona.

En estos días tan convulsos de conversación pública apasionante, es importante encontrar un balance real que proteja la libertad de expresión sin que ésta sea utilizada como argumento para los racistas que se escudan en el humor. Entender que la libertad de expresión consagrada en la Convención Americana de Derechos Humanos y en los artículos sexto y séptimo constitucionales, no puede ser utilizada para proteger a los racistas e intolerantes.

La Organización de las Naciones Unidas dice que el racismo, la xenofobia y la intolerancia son problemas frecuentes en todas las sociedades, Por otra parte el Consejo para Prevenir la Discriminación de la Ciudad de México, indica que el racismo es el odio, rechazo o exclusión de una persona por su raza, color de piel, origen étnico o su lengua, que le impide el goce de sus derechos humanos y que es originado por un sentimiento irracional de superioridad de una persona sobre otra.

Paradoja de la intolerancia

En ese sentido, cuando hablamos de racismo o xenofobia, estamos hablando de personas con prejuicios, y el psicólogo y periodista norteamericano Daniel Goleman se refiere a ellos en su libro Inteligencia Emocional: “El simple hecho de llamar a los prejuiciosos por su nombre o de oponerse francamente a ellos establece una atmósfera social que los desalienta mientras que, por el contrario, hacer como si no ocurriera nada equivale a autorizarlos. En este quehacer quienes se hallan en una posicion de autoridad desempeñan un papel fundamental porque el hecho de no condenar los actos de prejuicio, transmite el mensaje tácito de que tales actos son adecuados”, es decir, quienes no se oponen a este tipo de actitudes, las validan con su silencio.

Esta interpretación de Goleman podría tener sus orígenes en la Paradoja de la Intolerancia, que Karl Popper estudió sobre hasta qué punto debemos tolerar expresiones que van en detrimento de las personas. En su libro “La sociedad abierta y sus enemigos” Popper se lanzó en contra de las actitudes que permiten la intolerancia, y planteó esta paradoja de la intolerancia. Su libro fue una respuesta a una situación trágica de la época del nazismo: la entrada triunfal de Hitler en una Austria que lo recibió con los brazos abiertos, como si en ese momento no estuvieran muriendo millones de personas en Europa, por ser consideradas de una raza inferior o impura.

Para Popper, lo ocurrido en Austria en ese Marzo de 1938 lo hizo cuestionar hasta qué punto se debía tolerar a las personas intolerantes, y escribió que “La tolerancia ilimitada debe (o puede), conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.

En este sentido, es importante señalar que el racismo, la xenofobia, la homofobia, y cualquier desprecio a las personas por su condición de vida, nunca pueden ser toleradas en una sociedad que se jacte de ser democrática, diversa y plural. Los ciudadanos debemos tomar responsabilidad en señalar este tipo de expresiones y exhibir a los intolerantes, ya que el totalitarismo de quienes se piensan superiores por temas raciales o de clase social, están acechando para clavar los colmillos a los grupos más vulnerables.

Como sociedad, no podemos caer en el falso dilema de defender la libertad de expresión cuando se trata de expresiones racistas y clasistas que perpetúan estereotipos y prejuicios, por el contrario, y retomando a Karl Popper, debemos ser intolerantes con los intolerantes. Debemos señalar todas aquellas situaciones que denigren la dignidad humana. Debemos dejarles claro a los intolerantes, así sean humoristas, políticos o cualquier ciudadano, que ser intolerante debe tener, al menos, un costo social para el emisor de mensajes denigrantes.

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