'No se detienen ni siquiera ante la tragedia…'

martes, 5 de mayo de 2020 · 14:44
Twitter: @altanerias "No se detienen ni siquiera ante la tragedia…" La frase fue pronunciada por López Obrador, y con esas palabras cerró su perorata del lunes pasado contra el periódico Reforma, que ha cuestionado durante los últimos días la intransigencia de Hugo López-Gatell respecto del manejo de los indicadores para medir la incidencia del Covid-19, al punto que hoy México no cuenta con certezas respecto de los contagios y las defunciones causadas por la pandemia. La misma aseveración del presidente puede utilizarse para describir la actitud de Manuel Bartlett, personaje oscuro, sobreviviente del más rancio priismo –junto con Porfirio Muñoz Ledo–, que ha ocupado cualquier cantidad de cargos públicos o en la administración pública, y que parece postularse durante este sexenio como el símbolo de la corrupción y la impunidad en el Gobierno federal. Te puede interesar: CFE no condonará pagos por coronavirus, confirma Manuel Bartlett Si Enrique Peña Nieto y sus allegados fueron exhibidos a través de la prensa y la oposición por la famosa “casa blanca”, los negocios con Odebrecht y las licitaciones a modo y entre amigos, Bartlett es hoy la figura representativa del cinismo en el manejo de las finanzas públicas: corrupción, impunidad, ostentación de los favores del gobernante en turno, enriquecimiento inexplicable, conflictos de intereses… Todo el listado de prácticas de la más rancia clase política mexicana contenido en una sola persona, en un solo nombre. Fue apenas en septiembre del año pasado cuando el otrora secretario de Gobernación –el que orquestó el fraude en la elección presidencial de 1988– fue señalado por la prensa, junto a su hijo y su pareja, de poseer 23 casas y 12 empresas, y luego exonerado por ese apéndice del gobierno que es la Secretaría de la Función Pública y cuya titular, nombrada por el propio presidente, tiene a su cargo, según reza su propia página institucional, “Instaurar una nueva ética de trabajo en el servicio público, un nuevo equilibrio organizacional que auspicie la honestidad, la eficacia, la profesionalización y la transparencia de la función pública en estricto apego a la legalidad y la normatividad imperante”. Puedes leer: Sobre ‘whistleblowers’ y la paradoja de Bartlett Y en efecto, como bien afirma López Obrador, Manuel Bartlett no se detiene ni ante a la tragedia: el 1 de mayo su hijo fue acusado por la asociación civil Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad de vender el ventilador COVID-19 más caro desde que inició la pandemia, luego de una investigación de contratos públicos realizada por Laura Sánchez Ley y Raúl Olmos. El contrato, otorgado por adjudicación directa –permitidas por López Obrador a través de un decreto frente a la emergencia–, suma 31 millones de pesos. Bartlett se desempeña desde el inicio del sexenio como director de la Comisión Federal de Electricidad, lo que genera un obvio y obviado conflicto de intereses al ser la empresa de un familiar directo suyo la que realiza la venta al gobierno. Además, el adjudicar contratos al proveedor que ofreció el precio más elevado confirma, más allá de los ya de por sí graves atropellos a la ética, que la corrupción, el amiguismo, la impunidad y el enriquecimiento particular a costa del erario público siguen siendo, como ocurrió con Peña Nieto, prácticas comunes al menos en lo que refiere a las empresas de la familia Bartlett. Podrías leer: “No lo invitaría a mi casa a cenar”: Tatiana Clouthier sobre Bartlett Lo demuestra con claridad el reportaje publicado el 3 de mayo por Carlos Loret de Mola en la versión digital de The Washington Post, en el que documenta la adjudicación de una serie de contratos en diversas dependencias del gobierno federal por un monto de 162 millones de pesos, también al hijo de Manuel Bartlett.
Ni la voracidad de Bartlett ni el cinismo de López Obrador, ni la corrupción ni la impunidad se detienen, en efecto, ante la tragedia.
Tampoco lo hace el presidente en su hostigamiento a la prensa crítica que ventila y documenta abusos, esas y esos periodistas que en cumplimiento de su papel de contrapeso democrático, demuestran una nueva mentira de un gobierno acostumbrado a falsear la verdad, a utilizar los mecanismos de la posverdad, a fabricar narrativas engañosas, a repetir hasta el cansancio un discurso de combate a la corrupción que los propios hechos, de nueva cuenta, desmienten. Continúa leyendo: “No lo invitaría a mi casa a cenar”: Tatiana Clouthier sobre Bartlett

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