Opinión

El mundo de los cultos

lunes, 7 de diciembre de 2020 · 10:37

Twitter: @IsraelGnDelgado

Aún sin crisis económica ni pandemia, siempre deberíamos esperar de este gobierno federal un presupuesto austero. Lo que entiende por austeridad es bastante abarrotero, porque parte del supuesto de que las áreas de planeación, diseño y evaluación profesional de políticas públicas son innecesarias. Reduce la eficacia del gobierno a un tema de moral personal y voluntad política, y en esto siempre ha sido muy franco el presidente de la República, no debe llamar a nadie a sorpresa. Pero algunos rubros se consideran más frívolos que otros. El de la educación, por ejemplo, es uno que no es sencillo analizar de acuerdo con las acciones gubernamentales.

Dentro del presupuesto de egresos de la federación, el programa de apoyos a la cultura ha ido bajando de 500 millones en 2019, a 120 millones para 2021; en el mismo instrumento, se contempla un recorte sustancial al presupuesto de universidades en todo el país.

Creo que es claro que el presidente AMLO tiene un desprecio profundo a lo que entra en el ámbito presupuestario de cultura (que no necesariamente por la cultura en sí). Esto es más complicado de lo que parece, porque más bien pareciera que él tiene separadas la educación y la cultura, de modo que ni siquiera cree que se relacionen. Asume que la primera es un bien público esencial que le ha sido negado a los pobres, mientras que la segunda es un privilegio de ricos. Me explico.

Le importa la educación en su dimensión más práctica, relacionada con la subsistencia de quien adquiere competencias. Aquí entraría la alfabetización, los oficios y la educación cívica. La educación superior entra como parte de un tema de gratuidad muy imbuido del viejo socialismo (que ninguna universidad rechace a nadie, ni repruebe a nadie, etc.). Los posgrados y los institutos de investigación son irrelevantes para esta postura.

La cultura, en cambio, la percibe como un producto de consumo por y para las élites. Esto es esencial, porque permite verla como un privilegio, ecosistema de un estamento parasitario que no tiene empacho en atacar y sofocar a través de declaraciones y recortes cada año. Creo que, incluso desde el pragmatismo político, esta posición es errónea. La cultura puede ser un producto suntuario de entretenimiento (y el esnobismo característico de ese ambiente no ayuda) pero también es la encargada de escribir el libreto de la realidad social de un país. No está calculando el daño que puede hacerle a su reputación y legado. ¿Porqué pelearse con quienes escriben los libros de historia, si a uno le importa tanto su lugar en la historia? No se entiende el ángulo.

Hay otro aspecto más preocupante en esa posible interpretación del país, porque no ve la educación superior de excelencia como una ruta de desarrollo, y por ende no pretende que seamos competitivos en la producción intelectual, científica ni tecnológica. Está más que conforme con que a México le toque ser un componente de la industria pesada de USA, siempre que le paguen mejor a los obreros, y los campesinos tengan precios de garantía para sus productos. Se niega a México todo valor en el mundo de las ideas, y se le reduce a historia de bronce y virtudes inmateriales.
 

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