Opinión

Historia y desmilitarización en México

Comprobé la expresa intención de diversos gobiernos por presentar a las Fuerzas Armadas como instrumentos de «paz».
domingo, 20 de diciembre de 2020 · 18:56

Twitter: @AleJuarezA

Hace poco, en un webinar sobre el papel de las Fuerzas Armadas en la seguridad pública de México, los académicos participantes plantearon, entre otras cosas, dos situaciones. La primera era que no entendían porque a pesar de los malos resultados en la estrategia en seguridad, las Fuerzas Armadas siguen teniendo un gran apoyo por parte de la población civil, llegando incluso a afirmar que esto era «una paradoja». La segunda era que no conocían casos exitosos de desmilitarización. A ambos planteamientos les falta perspectiva histórica.

En el primer caso, el robusto apoyo de la población civil a las Fuerzas Armadas, hay una concatenación de causas. La mayor parte de la literatura especializada le atribuye esto a tres. La primera es que los militares participan activamente ayudando en los casos de desastres naturales desde hace décadas. La segunda es que el grueso de las fuerzas militares tiene un origen popular. La tercera, y con frecuencia la más acusada, es que el apoyo es resultado de las campañas de difusión y publicidad oficial de las instituciones militares en los últimos años. Sin embargo, hay otra causa que se ha explorado poco y que también tiene un impacto relevante: la formación de la imagen política de las Fuerzas Armadas desde el poder presidencial desde hace por lo menos cincuenta años.

En mi estudio La imagen política de la Secretaría de Marina 1968-2018, que realicé en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), comprobé, mediante la revisión de diversa documentación histórica oficial de acceso público, la expresa intención de diversos gobiernos por presentar a las Fuerzas Armadas como instrumentos de «paz». Ahí observé que fue Luis Echeverría quien empezó a utilizar masivamente la frase «Ejército de paz» para nombrar a nuestras instituciones militares.

La costumbre política de referirse a las Fuerzas Armadas como «Ejército de paz» prevaleció desde el sexenio de Echeverría (1970-1976) hasta el de Vicente Fox (2000-2006), con una ligera pausa durante la gestión de Ernesto Zedillo por causa del movimiento zapatista en Chiapas. Este incesante mensaje político de décadas, y en el que no pocas veces se descalificaba a las policías civiles, trajo consecuencias en la percepción general de la población respecto a las Fuerzas Armadas en un sentido positivo.

En la segunda situación planteada en el webinar, sobre casos exitosos de desmilitarización, México es un buen ejemplo. En su historia se ha desmilitarizado dos veces. La primera fue a principios del porfiriato, cuando el General Díaz desmovilizó tropas y reorganizó el ejército federal iniciando por el Colegio Militar. Desde ahí se empezó a generar un cuerpo de oficiales leales al régimen porfirista, a la par que se creaba un moderno aparato burocrático civil. Esto, sin embargo, no evitó vicios en el sistema que terminó por romperse con el estallido de la Revolución Mexicana.

La guerra civil produjo numerosas milicias que servían a diferentes caudillos sin ninguna regulación. Fue hasta 1924, cuando Plutarco Elías Calles le ordenó al General Joaquín Amaro que reorganizara al Ejército, que se empezó a poner orden. Amaro siguió la misma fórmula de Díaz y reformó el Colegio Militar. Nuevas generaciones de oficiales profesionales, disciplinados y leales al régimen empezaron a reemplazar a los militares improvisados de la Revolución. Este proceso entró en su última etapa durante el sexenio de Ávila Camacho, cuando el último General en ocupar la presidencia sacó a las Fuerzas Armadas del partido oficial, y al final de su administración, le entregó el poder al primer civil de la posrevolución: Miguel Alemán. La segunda desmilitarización había iniciado con éxito.

Por supuesto, las Fuerzas Armadas no dejaron de estar presentes en algunos círculos y regiones, pero su presencia generalizada en el país disminuyó significativamente en los sexenios siguientes al de Alemán. Los militares, como resultado de las reformas educativas castrenses implementadas por el General Amaro, estaban plegados en subordinación y respeto a la figura presidencial, a la cual se le rendía lealtad absoluta. Esto era de gran provecho para el Ejecutivo Federal en turno, que en varias ocasiones abusó de ese poder para sus propios fines políticos. Esta última situación ha prevalecido hasta nuestros días.

Las Fuerzas Armadas son comunidades tradicionalmente herméticas y de menor tamaño, y también por eso los ajustes y cambios son más lentos en comparación con el mundo civil. La Presidencia no busca que se modifiquen estas condiciones porque también le favorecen políticamente. A pesar de lo anterior, esas dinámicas también han traído beneficios institucionales y democráticos, como la pacificación del país en la posrevolución, o el ordenado cambio de poder cada seis años en el que las Fuerzas Armadas le rinden lealtad al Ejecutivo Federal, sin importar su color partidista.

Como se podrá ver, las dinámicas históricas son muy fuertes en las Fuerzas Armadas Mexicanas. Estudiarlas y comprenderlas con una visión mucho más amplia, y que no solo se limite o parta del año 2006, aportan una buena pieza de información de nuestros escenarios actuales. De igual modo, esta comprensión será determinante para idear soluciones permanentes a nuestros problemas de seguridad.

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