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Muchas veces creemos que las grandes batallas de la política se libran en el Congreso de la Unión o desde la comodidad de las oficinas donde se cierran grandes tratos. Unos más ubican ese sitio privilegiado en un buen restaurante acompañado del mejor vino.
Sin embargo, hay algo que se olvida: escuchar de primera mano a los olvidados. A la gente que requiere de la efectividad de políticas públicas que, al menos en papel, buscan mejorar su calidad de vida. Ese sector, desgraciadamente, es usado como moneda de cambio. Aunque vivimos en una sociedad fortalecida por la independencia y la libertad, esos olvidados quedan presos de un clientelismo político.
Esos olvidados tienen una característica: son trabajadores. Son padres y madres de familia preocupados por el futuro de sus hijos. Es ahí donde buscan paz y tranquilidad. Su lucha es legítima y la libran a diario. Para ellos no hay sesiones de cámara donde deliberan los proyectos más importantes para el desarrollo de su comunidad. Ellos, de una manera genuina, hacen política a diario. Gestionan. Trabajan. Levantan caminos. Conectan drenajes. Siempre, con la mira puesta en el desarrollo que se les ha negado por generaciones.
También, los olvidados tienen claro algo: desean desterrar la idea que solo en el futuro se encontrará el bien vivir. Para ellos es hoy. Y claro, reclaman desde su trinchera la inacción de gobiernos municipales. Su queja no da pie a muchas interpretaciones: nosotros queremos un cambio de raíz. Aunque duela, necesitamos recomponer todo el tejido social y político que nos rodea. Ese pronunciamiento lo escuché de voz de Bernarda, una indígena mazahua, que vive en La Concepción de los Baños, una e las 53 comunidades de Ixtlahuaca, Estado de México.
Para los indígenas mazahuas de esa región una cosa queda clara: ¿por qué correr de aquí si podemos cambiar las cosas que nos rodean? Ellos saben que la unidad será clave en ese cambio. Los problemas, aclaran, deben ser abordados para generar un consenso. No quieren más decisiones autoritarias ni arbitrarias.
Muchas veces se cree que liberarse de la tradición no constituye en sí mismo un nuevo modo de pensar en la política. Pero es este nuevo modo de pensar lo que aquella liberación está reclamando.
Sin duda, las lecciones de política y organización política no se aprenden en un aula universitaria ni de posgrado. Sus lecciones son vida y esencia. Repensemos la política para que las propuestas de la gente sean la esencia de un municipalismo fuerte que propicie paz, unión y termine con esos cacicazgos que frenan y acaban con proyectos e ilusiones de una vida digna. Ellos ya no quieren soñar ni ilusionarse.
Hagamos política para que el municipalismo sea fuerte y piedra angular para el desarrollo de un México que camine parejo. No como elefante reumático.
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