Twitter: @AlfiePingtajo

La vida nos tiene listas lecciones que uno no solicita. Esos aprendizajes llegan intempestivamente, a veces de forma cruel y otras se asemejan a una cachetada o un escupitajo en la cara. Nos otorgan momentos para reflexionar, regresar a las raíces y recordar de qué estamos hechos y cuál es el camino que elegimos andar y el por qué de esa elección.

De chico quise jugar para el Puebla de la Franja y mis principales ídolos (contrario al común denominador) siempre fueron los defensas: Roberto Ruíz Esparza, Gerardo González, Arturo “el koreano” Rivera, Richard Tavarez, José Soto, Gilberto Jiménez, Joaquín Velázquez, Sergio “Cherokee” Pérez, Eduardo Córdova, Óscar Mascorro; algunos de ellos me tocaron verlos entrenar cuando entrenaba en la escuela de fútbol de la UPAEP y el Puebla entrenaba en el extinto CIU de Cholula.

La vida tenía preparada otras cosas para mí y me afilié a la comunidad rotaria, a través del Club Interact Puebla de los Ángeles, del cual fui miembro fundador y donde me desempeñé como Secretario, Vicepresidente y Presidente del Club. Aprendí mucho de lo que ahora sé y aplico en mi día a día. Allí tuve la oportunidad de sentarme a conversar con gente muy valiosa e importante para la vida política, social y cultural de Puebla: Mario Riestra Venegas, Jorge Jiménez Alonso, Julio Medina Morales, Juan Francisco Menéndez Priante, Cristóbal Encinas Arroyo, el sacerdote José Merino y el sacerdote Ángel de Jesús Paz y Puente; entre otros. Llegado el momento, tomé distancia y me alejé. Una parte de mí sentía que ya no tenía mucho más que aprender y ofrecer allí.

Luego, vendría otro giro para mí. Sin tener un hábito lector, me inscribí a los talleres de la recién fundada Casa del Escritor y allí conocería a varias personas muy importantes para mi presente: Pedro Ángel Palou García, Ignacio Padilla, Mario Alberto Mejía y Guillermo Samperio. Entré allí seguro de querer convertirme en escritor y con la guía de Pedro decidí estudiar Lingüística y Literatura en la BUAP y -gracias a un extraño accidente- comencé a escribir, casi a la par, una columna en un diario comandado por Mario Alberto Mejía: Cambio. Ya estando en la BUAP se presentó el escenario para que comenzará a organizar eventos culturales/literarios, permitiéndome -en colaboración con otras amistades- gestionar presentaciones de libros, conferencias, encuentros y diversos eventos, y así es como conocí y logré entablar amistad con personas de la talla de Sergio Pitol, Cristina Rivera Garza, Xavier Velasco e inclusive lograr la presencia del programa La Dichosa Palabra desde el 1er patio del Edificio Carolino.

La experiencia adquirida en la organización de eventos, en mi etapa como estudiante, me dio las herramientas para entrar al extinto Consejo Estatal de Cultura de Puebla donde aprendí muchas más cosas y perfeccioné otras. Conocí de fondo los procesos burocráticos y la operatividad de diversos espacios como lo son los museos. Y fue en este periodo, donde conocí a otras personas muy elementales para la continuación de mi formación como gestor cultural y como ser humano: Don Pedro Ángel Palou Pérez, Moisés Rosas Silva, Joaquín Alonso, Ana Martha Hernández y Carlos Azar Mansur. Mis aptitudes, capacidades y disponibilidad para siempre aprender me dieron la oportunidad de que Moisés Rosas Silvia y Joaquín Alonso me considerarán para invitarme a unirme a su equipo de trabajo en el Fonca y es allí donde supe que aún había demasiadas cosas por aprender y conocer. En ese momento confirmé también que mi vida quería, por y para siempre, dedicársela a la cultura y a convertirme en una persona igual de trascedente como lo son: Don Pedro Ángel Palou Pérez, Moisés Rosas Silva, Pedro Ángel Palou García, Héctor Azar, Rafael Tovar y de Teresa.

En medio de todo esto, tuve una crisis de ansiedad y depresión que somatizo en migraña y vértigo. También tuve tiempo para enamorarme y desenamorarme de algunas mujeres; con algunas conservo una amistad y con otras no.

Y también tuve una especie de renacimiento simbólico en una augusta institución histórica y liberal donde se me ha enseñado a combatir la ignorancia, el fanatismo y los vicios; así como a defender la libertad, el derecho a pensar diferente, a siempre argumentar, a respetar y aceptar al otro tal y como es, a defender el estado laico y todos los derechos universales que nos ayudan a convertirnos en seres libres, amorosos y fraternales.

Sufrí un temblor del cual pensé no saldría vivo. Viví en una ciudad distinta a la que nací y en la que tanto soñé habitar. Me despidieron de un trabajo por ser fiel a un estilo, a una visión, a mis principios, pero también por hacerlo con norma en mano. Y hoy, de una u otra forma, se vuelve a repetir la historia.

Así como tuve esos guías que mencioné líneas arriba, también es preciso mencionar que he tenido otros: mi papá (Marcelino Godínez Marines) me enseñó que la constancia siempre tiene su recompensa y que se puede ser buen funcionario público sin dar paso a la corrupción; mi mamá (Silvia Pérez Pérez) me ha demostrado que la integridad y el trabajo bien hecho son buenas cartas de presentación; mis abuelas Salud Marines, Juana Pérez y mi tía abuela Andrea Pérez me enseñaron a estar orgulloso de lo que soy, a pelear por lo que sueño y a nunca dejar de sentir ni sorprenderme; de mis tío abuelo Juan Pérez aprendí que siempre hay otra versión de la Historia y otras personas dispuestas a ocultarnos la otra cara de la moneda y que el arte es un alimento del alma.

Mi papá tuvo un jefe que tiempo después descubrí la relevancia que su persona tenía para Puebla y de una u otra forma las contribuciones que tuvo en pare de lo que soy. Don José María Cajica Camacho -al igual que mi papá- contribuyeron a mi pasión por la Historia y él fue la primera persona en hablarme de la importancia histórica que tuvieron los masones en la Historia de México, también me regaló uno de mis primeros libros: Pinocho, en una edición realizada por su editorial. Dicen que él no era muy niñero (o al menos eso recuerdo), pero a mí de pronto me dedicaba algunos minutos y era para hablar sobre la Historia de México.

Soy muy escéptico. No sé si eso del destino o de que hay personas predestinadas para ciertas cosas sea real; pero algo tengo claro; no pertenezco a una familia con una tradición o presencia en las altas esferas de la vida política o cultural y sin embargo, he tenido la oportunidad de compartir el pan y la sal e intercambiar interesantes conversaciones o compartir mesa en algún evento cultural con Gobernadores, Presidentes Municipales, Diputados y destacados personajes de la vida artística-cultural tanto de Puebla como del país y eso es algo que he construido y nadie, pero nadie me lo puede negar ni ocultar. Y al menos, estoy seguro que he sido capaz de abrirme ese camino.

Es cierto, he tenido personas que me han acompañado y abierto puertas; pero también se necesita demostrar que se tiene con qué defender el por qué se te abrió esa puerta.

Hace unos días murió el padre de una amiga muy querida y alguien importante para la carrera literaria de otros amigos: Sandro Cohen, y quiero cerrar con una frase de él:

“Primero, haz lo correcto. Luego, haz lo necesario. Después, haz lo que tú quieres”.

Y, a veces, cuando uno siente que todo se desmorona es preciso recordar de qué se está hecho, respirar y continuar porque cuando uno actúa con el corazón y, con la seguridad y convicción de defender con argumentos y ley lo que se siente y piensa. No se pierde, se gana y la vida termina premiando el correcto actuar.

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