Opinión

La elección extranjera que a todos importa

miércoles, 11 de noviembre de 2020 · 13:14

Twitter: @AnaCecilia_Rdz

Las redes sociales y los programas de opinión están saturados de opiniones que festejan el triunfo de Joe Biden en las elecciones norteamericanas (procesos judiciales mediante). Eso tiene un aspecto positivo, puesto que todo apunta a que la democracia electoral emblemática del mundo moderno y sus instituciones resistieron los embates de un mundo que cada vez cree menos en ella. Esto no es un tema menor; si bien los gobiernos y partidos de todos los colores se dirán, siempre, demócratas, es la democracia electoral, procedimental, la que suele verse amenazada con cada crisis económica y cada contingencia global.

La tentación de la eficacia autoritaria está siempre presente, y goza de muchos adeptos, ávidos de ceder sus libertades a cambio de un precario sentimiento de seguridad (que siempre es un sentimiento, solo eso). Es en momentos críticos, en elecciones cerradas y en condiciones desfavorables donde se ponen a prueba las instituciones, las leyes, los contrapesos y los jueces. Y siempre es reconfortante verificar que funcionan (en cualquier lugar del mundo, porque cuando no funcionan, el ataque al estado de derecho se extiende como la pólvora). Por eso se dijo, y con algo de razón, que en esta elección estadounidense se jugaba la reputación de los sistemas democráticos del mundo.

Pero hay un aspecto que me preocupa, y creo que, quizás por lo reciente del proceso, no se le ha dado la suficiente atención. En el año 2016, se asumió que el triunfo de Donald Trump, con las implicaciones morales de su carácter (acusaciones de violencia de género que se cuentan por decenas, coqueteos con supremacistas blancos que nunca desmintió, opacidad total de su situación fiscal) había sido una anomalía justificada por la decadencia de la clase política tradicional de ese país. Era un sistema tan sólido en sus tradiciones, que nunca se preocupó por las olas autoritarias y anti democráticas de otras latitudes, a las que EU se creía inmune -eso dijeron, más de cuatro-.

La implicación era que en 2018 y 2020, las cosas volverían a la normalidad, y la buena salud de las instituciones democráticas estadounidenses se haría presente, como desde 1800. Eso no sucedió; en 2018 el partido republicano perdió por muy poco el control de la Cámara de Representantes, que conservó ahora también precariamente, y el senado siguió siendo republicano. Por si fuera poco, más de 70 millones de personas votaron por el presidente aún en funciones, esto después de 4 años de un gobierno en el que siguió exhibiendo su retórica de humillación y exclusión a las minorías con orgullo, sacó a Estados Unidos de todos los organismos de cooperación que pudo, y atacó sistemáticamente a la prensa libre, a los opositores reconocidos por la ley y a los jueces, cuando las sentencias no le favorecían. La mitad del electorado de la República más grande del mundo, con la constitución escrita más antigua, y los jueces más fuertes de la tradición jurídica de revisión judicial, votaron por más de lo mismo. ¿De verdad nadie ve esto como un problema urgente que no se resolverá en las urnas? Me atrevo a disentir, y a preocuparme.

Las opiniones vertidas en la sección de Opinión son responsabilidad de quien las emite y no necesariamente reflejan el punto de vista de Gluc.

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