Opinión

El canto de las sirenas

lunes, 5 de octubre de 2020 · 20:50

Twitter: @altanerias

¿Cómo responder desde la institucionalidad democrática a la demanda que congregó el pasado sábado a miles de ciudadanas y ciudadanos en el Zócalo capitalino, y que solicitaba la renuncia del presidente López Obrador?

La pregunta cobra relevancia porque la oposición política, reunida en torno a los partidos, debe ser cauce de las inquietudes de la sociedad, su expresión: la democracia flaquea y se debilita cuando las fuerzas políticas se distancian de esa ciudadanía y dan la espalda a sus exigencias.

No obstante, esas fuerzas políticas deben tener la capacidad de incorporar a la ruta institucional esas solicitudes, de manera que la moderación, la objetividad y la prudencia sean actitudes políticas que permitan salir de esas posturas del todo o nada para poder tener así un debate civilizado, que construya acuerdos, que sume esas y el mayor número posible de voces.

A todas luces, la renuncia de López Obrador es algo impensable. La democracia tiene momentos específicos y acordados por sus actores y manifiestos en las propias leyes para la evaluación de los gobiernos y de las y los representantes: se llaman elecciones.

Es ahí donde se da el cambio o la permanencia de gobierno. Y pudiera sonar demasiado básica o elemental esa premisa, pero tal pareciera que hay miles manifestantes que no lo saben o prefieren ignorarlo.

La demanda de renuncia responde a la inmediatez y obedece al descontento acumulado, a la polarización construida desde el gobierno y su partido, Morena, así como a una postura, asumida por ese grupo llamado FRENAAA –Frente Nacional Anti AMLO– que no pareciera tener otra propuesta que la dimisión del Presidente.

El llamado de las masas, de la plaza pública repleta, no puede ser desdeñado. Pero es una irresponsabilidad y una enorme ignorancia pretender que se vulnere el orden legal del cambio de poderes.

El canto de las sirenas debe resultar atractivo a más de una o uno en los propios partidos de oposición, pero sumarse de manera ciega implica un riesgo que sustituye la dinámica democrática para abrir aún más el paso a la incertidumbre.

La consecuencia podría ser que, de nueva cuenta, se tilde a la oposición de “pequeña” o de “poco firme”, pero no es una actitud de radicalismo antiinstitucional la que sirve para frenar los afanes totalitarios y de debilitamiento institucional que ha distinguido a López Obrador.

Un grupo grande y diverso de la ciudadanía se hizo escuchar: no quiere al presidente. Lo quiere fuera. Sin embargo, y aunque no lo parezca, no se trata solo del presidente: es la mayoría de Morena en las cámaras, es el sometimiento de ministras y ministros de la Corte, es la cada vez menor división de poderes, es el centralismo que pretende someter al federalismo, es el perfeccionamiento del uso de los programas sociales como botín clientelar y, a la postre, electoral (jamás desmantelado durante los 18 años de alternancia en el Ejecutivo).

Podría, sí, renunciar el presidente, pero nada de lo anterior cambiará ni cesará porque si bien ese presidencialismo renovado tiene en López Obrador a su principal representante, obedece a un agenda que empezó desde el momento en que y Morena obtuvo un amplio margen de escaños tanto en el Congreso federal como en los congresos locales y las gubernaturas en los estados de la República.

Ignorar este hecho es reducir todo un proyecto de país a la permanencia o no del presidente, un simplismo que ignora o no quiere entender la complejidad de un sistema político; es esa voz que se impone a fuerza de masas para corear una demanda que se asume resolverá, por obra de magia, la degradación de la vida pública en México.

Es, en suma, dar la razón a quien asume que la autoridad es una y nada más que una: la del presidente, y desdeñar que la fuerza de la ciudadanía no puede reducirse a una demanda inservible sino que, más bien, debe diversificarse en distintos frentes que componen la suma de su desencanto.

El poder presidencial monolítico no puede ser enfrentado desde una sociedad monolítica porque los frentes abiertos por López son muchos: esa es su debilidad, y ahí es donde la sociedad civil debe organizarse para hacerse escuchar, no desde la marcha de un día sino desde la labor cotidiana que sirve para construir cultura política democrática.

Las opiniones vertidas en la sección de Opinión son responsabilidad de quien las emite y no necesariamente reflejan el punto de vista de Gluc. 

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