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La música de este personaje puede ser desconcertante, y considero apropiado ponerlos en contexto para que no los tome fuera de lugar.
Tenía yo unos 21 o 22 años cuando topé la obra de Michel Houellebecq. Algún profesor de la universidad nos dejó leer fragmentos de El Mundo como Supermercado para analizar distintas aristas del eurocentrismo, y ya entonces dejó suspicaces preguntas en mi mente.
Houellebecq es un escritor sin fronteras literarias, explora la poesía, novela, cómic o ensayo sin empacho. Sus textos a menudo intensos e incómodos resultan fascinantes. Claramente no pueden clasificarse dentro del símil que a veces uso con los vinos easy to drink, pues la forma en que aborda los temas puede resultar como un rechinido en el pizarrón para algunos.
Años después su nombre resonó en mi mente al leer las noticias el día que las oficinas de la publicación Charlie Hebdo fueron atacadas, pues recuerdo haber leído una referencia a la portada en donde Houellebecq aparecía como mago ese mismo día.
Su nombre poco común me hizo recordar el texto universitario y de inmediato empecé a curiosear sobre él en Google. Una cosa llevó a la otra, y de pronto estaba viendo en Youtube una peculiar película donde él actuaba de sí mismo, protagonizando un extraño secuestro.
Sus publicaciones y declaraciones siempre logran agitar las opiniones. Lo han acusado de misógino, islamofobo, y cuanto imaginen. Y no creo que sea sólo por la frecuencia con que incluye en sus textos, por ejemplo, a un psiquiatra que además de antidepresivos receta prostitutas, o temas como la adición a la pornografía, la pedofilia, el turismo sexual o la aversión al islam, sino más porque dentro de sus líneas se escurren realidades ácidas que enfrentan al lector con los lados más oscuros del capitalismo, la correción política, y de sí mismo.
Así pues, hace suyo y materializa, como muchos lo han dicho ya, el término Épater le bourgeois, que significa hacer explotar la mente, por algún hecho o dicho asombrosos, al burgués, dejarlo patidifuso.
Es imposible leer uno de sus libros sin experimentar al menos alguna emoción profunda, sea ésta ácidamente reconfortante o quizá de dulce y honesta aversión (como ejemplo basta Iggy Pop, quien se ha inspirado en las letras de Houellebecq, o Jarvis Cocker citándolo en entrevistas). Sus historias suelen acompañarse de música, entre líneas nos podemos topar lo mismo a Björk que a Hendrix, o a Pink Floyd. Houellebecq claramente ama la música.
Entre libros y películas, también ha dedicado tiempo justamente a hacer música. Y es que para él es una forma de transición de la poesía al siglo XX:
“…Durante el siglo XIX y principios del siglo XX hubo una gran concentración de poetas magníficos, como Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Apollinaire… A mediados del siglo XX, la poesía perdió su función. La música la sustituyó. El talento lírico se desplazó a la canción y por eso no hay grandes poetas del siglo XX”.
Las canciones que componen este material pueden parecer algunas veces desconectadas, pero hay algo que me recuerda a Patty Smith que no me deja soltar su breve, pero sustancial paso por la música. Recita fragmentos de sus obras en medio de la música, otras se atreve a cantar.
Vale la pena escucharlo, como un ejercicio que los acerque a sus letras, algunas tan peculiares como su forma de tomar el cigarro. O bien, sólo para disfrutar de la música que como todo lo que este hombre hace, transita de la amarga armonía al dulce caos.
No puedo terminar de escribir este texto sin recomendarles que lean alguna de las obras de este escritor francés que los hará poner de cabeza sus más profundas convicciones, o por lo menos les hará un poco de cosquilla en el zapato a la hora de pensar el mundo y sus paradigmas. Los dejará patidifusos, pues.
Algunas de las canciones de Michel Houellebecq la encuentras en la lista de Spotify que compila la música de esta columna para Gluc