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Ayer pude trabajar desde mi cama mientras llovía. Por primera vez en varias semanas le agarré el gusto al “quédate en casa”, y reflexioné de lo afortunada que soy de poder seguir trabajando y teniendo un ingreso, no sólo sin salir de casa, sino desde mi cama. Puedo trabajar en un espacio amplio, iluminado, con mobiliario, internet inalámbrico y una computadora funcional que me provee mi empleador. Soy privilegiada.

No pude evitar pensar en los miles de personas que se encuentran en circunstancias muy diferentes. Pensé en las que no pueden trabajar desde casa, y tienen que salir para alimentar a sus familias, asumiendo todos los riesgos que esto conlleva. En las que trabajan en servicios de salud y se han visto más saturados que nunca en las últimas semanas. También en las personas que lamentablemente han perdido sus empleos en los últimos meses. 

Me ha llamado mucho la atención que la gran mayoría entendemos la necesidad de quienes salen a trabajar porque no tienen alternativa, aunque nos preocupe que su constante interacción con otras personas dificulte que superemos la pandemia. Ojalá tuviéramos esta misma perspectiva sobre todos los problemas que necesitan verse desde las consideraciones del privilegio. Me parece que la situación actual debería servirnos para cobrar más conciencia de este concepto, y asumirlo en esta y otras situaciones que lo hacen muy tangible. 

Hace algunos días, platicaba con un querido amigo que no “cree” en el concepto del privilegio, y se rehúsa a reconocerlo como una “culpa” se le asigna a la gente que ha sido más afortunada que otras. Y eso me parece muy bien, porque ese en particular no es el objetivo de señalar el privilegio. 

No emitir juicios desde el privilegio aplica, por ejemplo, a quienes tenemos la oportunidad de quedarnos en casa, y que esto no nos da derecho a juzgar a las personas que tienen que salir a trabajar porque dependen de trabajos con ingreso al día. No podemos culparlos por “no tener mejores trabajos” o por “ser irresponsables”, pues todas las personas tienen derecho a buscar medios de subsistencia, aún cuando esas actividades impliquen el riesgo de que la pandemia no se controle como nos gustaría. 

No emitir juicios desde el privilegio es no juzgar a quienes no pudieron concluir sus estudios porque nosotros trabajamos por una beca. Es no decir que las mujeres son irresponsables por “no cuidarse” porque a nosotros sí nos ofrecieron educación sexual y tenemos acceso a anticonceptivos. Es no señalar que la gente es pobre “porque quiere”, porque nosotros tenemos un empleo que nos da suficientes ingresos para vivir dignamente. Es no asumir que alguien perdió su empleo “porque no le echó ganas” o “es flojo”. Es no juzgar las circunstancias de los demás como si fueran las propias, con las ventajas que ello implica.

Ojalá que la pandemia, y este distanciamiento, nos ayude a ver más de cerca nuestro privilegio.

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