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Tuvo que ocurrir un escándalo para que la sociedad pusiera los reflectores en un problema que siempre ha estado ahí: el racismo. Este año la protesta inició luego de la imagen de George Floyd asfixiado por un uniformado racista. En Estados Unidos se desató una serie de protestas en contra del racismo estructural y de paso se nos lanzó un balde de agua fría a otros países. Porque en México somos racistas, así de simple. Negarlo es negar un común denominador racial en puestos de poder, tribunas de opinión pública y en cualquier jerarquía que tengamos a la vista.

En nuestro país, líderes de opinión, celebridades y personajes de la esfera política exhiben dichos racistas en televisión abierta, mesas de debate y tribunas. Expresiones como las de Jorge Castañeda refiriéndose al pueblo mixteco de Putla como “horroroso y arrabalero” o Chumel Torres tuiteando “los Reyes Magos me trajeron una Barbie oaxaqueña: barre, trapea, sacude y plancha como de verdad” son ejemplo de un discurso racista y clasista que se legitima y ejerce todos los días. La esfera política no es la excepción.

Desde que asumí el cargo como concejal de Tlalpan, me sentí orgulloso de representar a los pueblos originarios y las comunidades indígenas residentes, porque mi madre y mi abuela pertenecen al pueblo otomí, lo que me hace ser el único concejal de la Ciudad de México que se autoadscribe como indígena, además mi padre y mi abuelo son originarios del pueblo de Santo Tomás Ajusco. Sospeché que desde mi llegada al cargo sería víctima de expresiones racistas como las que ya había vivido en la escuela, en la universidad, en las calles, en el trabajo, y otros espacios. No pensé que serían un ataque a quemarropa, pero lo fue.

Sin rodeos me atrevo a decirlo: en la Alcaldía Tlalpan el racismo y la discriminación existen. Desde mi llegada a la administración en 2018, diversas personas, funcionarios y medios digitales emprendieron una campaña de odio en mi contra en donde palabras como “indio” “negro” y “naco” han sido utilizadas de manera peyorativa para acosarme y difamarme.

Este discurso de odio aviva la discriminación y el racismo que durante siglos ha sido utilizado como forma de opresión de los pueblos indígenas. La exclusión y la segregación siguen latentes en la distribución del poder y en los espacios de toma de decisión en México. En mi caso, por ejemplo, aun siendo el único concejal de Tlalpan que se autoadscribe como indígena no presido la Comisión de Pueblos Originarios y Comunidades Indígenas, en muchos casos he sido excluido de eventos y reuniones en los cuales el tema central son los pueblos indígenas.

Incluso en el Concejo de la Alcaldía, que debería ser un espacio de inclusión y diálogo, me he visto segregado por algunos de mis compañeros concejales, quienes además en reiteradas ocasiones, y con el argumento de que tengo privilegios dentro de la administración, han propagado y legitimado el discurso de odio en mi contra dentro del Concejo y espacios virtuales.

A pesar de lo anterior, en Tlalpan junto con otros miembros de la comunidad hemos aperturado espacios de participación, de trabajo comunitario, y hemos garantizado que los recursos lleguen a los pueblos originarios y las comunidades indígenas, pero, sobre todo, les hemos recordado que existimos y que lucharemos por ocupar los espacios que históricamente se nos han negado.

Porque aun cuando algunos pretendan mantener privilegios y crean ciegamente en la superioridad racial, el avance democrático exige pluralidad. La lucha por la visibilización y respeto a los pueblos indígenas y pueblos originarios, así como la garantía de sus derechos prevalecerá. No lo digo yo, lo dicen las voces que todos los días se levantan y dicen ¡Ya basta! La lucha sigue y seguirá.

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