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Hay un curso muy famoso en la Universidad de Harvard, a cargo del profesor Michael J. Sandel, denominado Justice. En este curso, el profesor Sandel revisa una serie de casos prácticos a la luz del pensamiento de grandes filósofos, tratando de encontrar las respuestas que “todos ya sabemos” pero a las cuales no hemos podido acceder aún. Justice nos plantea situaciones difíciles para tratar de encontrar respuestas morales. ¿Hay en el pensamiento moral razones que nos lleven a decidir realizar tal o cual acción o para abstenernos de ello? Como bien lo señala el profesor Sandel, muchos grandes filósofos han tratado de responder a estas interrogantes y seguimos teniendo varias opciones, por lo que no es el objetivo de esta columna clarificar estos aspectos complejos del pensamiento moral, pero sí utilizarlo para hacer un breve análisis de lo que estamos viviendo en México en estos tiempos.
En la primera sesión de Justice, el profesor Sandel revisa las diferencias entre el razonamiento moral “consecuencialista” (consequentialist) y el categórico (categorical). Para el primer caso, podemos resumir que los “consecuencialistas” encuentran la moralidad de un acto en las consecuencias propias de dicha acción, mientras que, para el razonamiento moral categórico, la moralidad de un acto deriva del respeto a ciertos deberes y derechos existentes que son inviolables, sin tomar en consideración las consecuencias del acto. El primer modelo nos lleva indefectiblemente al Utilitarismo, que es una corriente filosófica desarrollada por el inglés Jeremy Bentham, quien a finales del siglo XXVII y principios del XVIII, basó este tipo de pensamiento en la utilidad.
Para Bentham, el ser humano responde fundamentalmente a dos tipos de estímulo: el placer o la felicidad, frente al dolor o el sufrimiento. Cualquier persona, al estar en una coyuntura en la que tiene que decidir qué es lo mejor para sí misma, naturalmente tendería a preferir el placer y la felicidad por encima del dolor y del sufrimiento. Si extrapolamos esto al plano social, el Utilitarismo sostiene que, entonces, la utilidad consiste en maximizar el placer o la felicidad sobre el dolor y el sufrimiento, lo que se traduce en un principio fundamental que reza “el mayor bienestar para el mayor número de personas” (the greatest amount of good for the greatest number).
Sandel, sin embargo, invoca un ejemplo que nos deja perplejos al aplicar este principio: Si usted es el conductor de un trolebús que pierde los frenos y que va bajando por una colina a 100 kilómetros por hora y, al final de la bajada hay cinco trabajadores en la vía que no se dan cuenta que viene el autobús y serán atropellados y morirán, pero, al lado, en una vía paralela, hay otro trabajador que tampoco se da cuenta del suceso y, tomando en cuenta que la única acción que podemos adoptar es mover el volante para dirigir el trolebús al trabajador solitario y matarlo a él en lugar de matar a cinco, ¿Sería moralmente correcto hacerlo? ¿Sería aceptable moralmente matar a una persona para salvar a cinco? ¿Usted, querido lector, que va en el trolebús manejando, viraría el volante?
Y si sí lo haría, cambiemos la perspectiva: ahora usted es un espectador en un puente y ve que el autobús va a matar a los trabajadores; sobre el puente hay una persona de más de 180 kilos que, si cae frente al trolebús podría desviarlo y evitar que mate a los cinco trabajadores; ¿Usted empujaría a esa persona (quien moriría) para desviar el trolebús?
Si usted es de los que considera que matar a los cinco, o al trabajador solitario, o a la persona del puente, es homicidio y es incorrecto, entonces no es un utilitarista, pues el utilitarismo, de inicio, justificaría salvar las cinco vidas a cambio del trabajador solitario o de la persona en el puente. Dañar a una persona para lograr el bienestar de un mayor número de gente esconde una peligrosa vertiente que podría justificar incluso el genocidio. ¿Recordamos la Alemania de 1933 a 1945?
Entonces, si esto no es lo que parece, ¿Por qué permitimos que un gobierno como el de Andrés Manuel López Obrador nos ponga en esa disyuntiva? La 4T, tal vez sin querer, basa su discurso en esta idea, pues argumenta que está haciendo el bien a la mayoría -que son los pobres-, sin importar que esto dañe al resto de los mexicanos; ahí encuentra su moralidad. Aquí debo aclarar perfectamente el punto: no argumento que no se deba hacer todo lo posible por aliviar el dolor de quienes sufren la pobreza, que en México son muchos millones, sino que no debería ser una decisión de suma cero. Todos somos personas y, al menos yo, no puedo estar de acuerdo con que la 4T deje sin medicinas a niños con cáncer; o sin atención a pacientes de covid-19; o sin guarderías a niños de madres que trabajan; o sin justicia a las víctimas; o sin búsqueda a los desaparecidos; o sin apoyo económico a quienes perdieron su empleo por la pandemia, y un largo etcétera. No, yo no podría justificar matar al trabajador solitario o a la persona del puente, para salvar a cinco. ¿Usted sí?