Twitter: @LaniAnaya

Los tiempos COVID han cambiado todo: la manera en relacionarnos, en comprar, en estudiar, sólo por dar algunos ejemplos. A partir de esta semana el Gobierno Federal ha dado alerta naranja en 16 estados de la república, lo que se traduce en medidas de confinamiento más relajadas en la mitad del país. Lo anterior se ha decidido en un marco 154.863 contagios y 18.320 decesos, cuya última cifra se había pronosticado inicialmente entre 6.000 y 8.0000 fallecimientos. La pregunta del millón es cómo se vivirá esta nueva normalidad en el contexto mexicano.

López Obrador respondió con este diálogo para afrontar la nueva normalidad.

Ante los números cuya tendencia no disminuye, sumado al pronóstico cada vez más alejado de que descienda la pandemia hasta octubre -sin tomar en cuenta el posible rebrote- se plantea el dilema de cómo nos enfrentamos a esta realidad post confinamiento.

La primera crítica es la falta de congruencia que refleja una comunicación estratégica poco efectiva. Los mensajes encontrados entre el uso de cubrebocas o no, los semáforos cambiantes, los roces entre las decisiones nacionales y estatales confunden a la población, y más preocupante, resta credibilidad en las instituciones. A pesar de que la conferencia diaria haya sido uno de los puntos rescatables en la estrategia COVID-19, sin una comunicación efectiva, resulta contraproducente….

La situación se pone aún más crítica con este decálogo que pareciera una nota de animador o una reflexión tomada de las comunidades de fe. Este comunicado presidencial dista mucho de parecer una voz política, mucho menos presenta una ruta de acción. Son enunciados superficiales con trasfondo echaleganista que poco abordan las causas estructurales que se han visibilizado durante la pandemia tales como la salud digna (que involucra la salud universal, la tan necesaria atención psicológica, los derechos de salud reproductiva), economías sustentables, libertad de expresión, ciudades limpias, violencia doméstica y de género, condiciones de empleo decentes, el consumo responsable, el cuidado de los ecosistemas, la inclusión de grupos vulnerables (niños, mujeres, LBGTI+, discapacitados), la seguridad y credibilidad en las institutiones, entre otras. Pareciera una guía que cede la responsabilidad total a los ciudadanos, que me hace pensar en la posibilidad de un escenario como Los Juegos del Hambre, en el que el individuo que logre “cumplir” con estos puntos, quedará con vida en esta nueva normalidad.

Es cierto que la responsabilidad es de todos, pero resalto, es COMPARTIDA. El gobierno sin duda requiere tomar pautas concretas de acción que vayan más allá de la pandemia y que se enfoquen en todas las causas estructurales que acentúan los efectos de la misma. En el sector privado, acompañado del sector público, la contracción económica deberá ser trabajada de manera sustentable considerando garantizan condiciones dignas a los empleados, aunado a una necesaria transformación de la cultura laboral.

Desde la sociedad, las personas que tenemos la oportunidad de trabajar desde casa; debemos evitar salir de manera irresponsable a cuestiones no esenciales, por mera solidaridad. Existen miles de profesionales de salud al igual que proveedores de servicios esenciales, trabajando en primera línea para cuidar de la ciudadanía. A la vez, hay que mostrar empatía con quienes han sido desempleados o quienes dependen de un ingreso informal para vivir en lugar de juzgar. Por todo esto, la cuestión de salir o no salir, no puede ser clara u obscura, resulta todo un dilema.