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“¿Qué quieren que haga?” Salud o economía… Política o justicia. El presidente brasileño Jair Bolsonaro vive su propia batalla política en medio de una de las mayores crisis sanitarias que ha enfrentado el mundo en la última década. 

Su ideología y forma de conducir el gobierno se han vuelto en obstáculo para salvar vidas en Brasil, el foco de la pandemia en América Latina por Covid-19 en donde la enfermedad ha arrancado sin misericordia la vida a más de 6 mil brasileños y avanza casi de manera impune mientras presidente y gobernadores se disputan quien tiene la razón.

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Son los gobernadores de estados como Río de Janeiro – con más de 10 mil 500 casos de Covid19- y Sao Paulo -con más de 31 mil contagios– quienes han tomado las riendas y conducido las medidas para salvar a su gente, pues desde la lejana Brasilia -que suma poco más de mil 600 casos- claramente las cosas se ven muy distintas.  

La primera quincena de abril, la dimisión del Ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, tras advertir que el sistema de salud brasileño no estaba preparado para un pico de contagios por coronavirus, terminó de dibujar el cuadro de lo que ya se observaba sucedía en Brasilia: la falta de consenso para elaborar y aplicar una estrategia unificada para enfrentar la pandemia por el nuevo coronavirus ante el dilema de privilegiar economía o salud. Mandetta sale como el que no quiso cargar sobre sus hombros más muertes por coronavirus.

Una semana después vino la renuncia del Ministro de Justicia, Sergio Moro, el ex fiscal anticorrupción observado por un amplio sector de la sociedad brasileña como un héroe tras dejar al descubierto a través de la operación “Lava Jato” una millonaria red de corrupción en el país y meter a la cárcel al ex presidente Lula da Silva. Una salida que además se acompañó de señalamientos de que el presidente buscaba obstruir la justicia. Moro sale como el incorruptible.

 

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Así se abrió una fisura en Palacio de Planalto: la ruptura de la relación entre dos figuras que, sin ser complemento directo en la estructura de un gobierno, sí funcionaron como fórmula perfecta para cohesionar a los brasileños bajo una misma batalla contra la corrupción a la que tanto Moro como Bolsonaro acusaron a la izquierda. 

Dos días después de la salida de Moro una encuesta de la consultora Altas, reveló que por primera vez durante el gobierno de Bolsonaro que 54 por ciento de los brasileños se inclinaban por su salida, mientras que la figura de Moro se fortalecía con una aprobación de 57 por ciento. 

A corto plazo, la salida de Sergio Moro agrava la crisis política que sacude al gobierno de Bolsonaro, a mediano abre la posibilidad de traernos de vuelta un escenario similar al de 2016 con el impeachment a la presidenta Dilma Rousseff y a largo plazo, agrega jugadores al tablero de la sucesión presidencial que, si bien sería hasta 2022, podría irse fraguando desde ahora si Moro capitaliza los errores del mandatario brasileño, cuyo segundo nombre por cierto es Messias y quien ya acusa a su ex ministro de “Judas”. 

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Así, de la mano con la crispación política llegó mayo con la amenaza cumplida de representar uno de los picos más altos de la crisis sanitaria en el gigante del sur, una avalancha de casos confirmados que se acerca peligrosamente a los cien mil y muertes a la que el presidente Bolsonaro respondió con un mitin en Brasilia saludando a cientos de personas conglomeradas.

“¿Qué quieren que haga?” Nada, Jair, sigue así.