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He leído algunas columnas señalando que, por su terquedad en la forma de atender la crisis del COVID-19, el presidente se está quedando solo. Considero que esta percepción es errónea, pues no se puede quedar solo alguien que siempre ha caminado solo. El principal éxito político de Andrés Manuel López Obrador es haber llegado acompañado de 30 millones de votos a la presidencia, estando solo.

Este gobierno es el proyecto de un hombre que nunca ha cedido. Dejó atrás a quien trató de achicarlo (PRI), limitarlo (PRD) y siguió adelante solo.  Aunque solo, siempre ha recibido como seguidor, con brazos abiertos, a quien no lo cuestiona. Premia la lealtad, excluye de su proyecto a quien osa a cuestionarlo, y castiga al que traiciona. Si Marcelo hubiera peleado por su candidatura en el 2012, hoy no sería vicepresidente. Si Ricardo Monreal hubiera buscado la jefatura de la Ciudad de México hoy no sería el Senado. Si el Presidente estuviera abierto a escuchar, aunque fuera tan sólo a los técnicos que comparten su proyecto de gobierno, Urzúa seguiría siendo Secretario de Hacienda. Si Rosario no se hubiera aliado con el PRI, hoy no estaría en la cárcel.

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Bajo la misma lógica (premiar, excluir o castigar) algunos empresarios, aunque obligan a sus trabajadores a trabajar (en condiciones precarias) en plena crisis, ayer fueron “minoría rapaz”, pero hoy ganan contratos millonarios con este gobierno. Les ha funcionado navegar con la boca cerrada y los bolsillos abiertos. Quienes se han atrevido a cuestionar, se han topado con vituperios en la mañanera o con el SAT en sus puertas. Otros empresarios quisieron entrarle al juego de la fantasía del gobierno plural. Primero creyeron que era un juego donde las partes acuerdan las reglas. Luego, creyeron que, si jugaban con las reglas del presidente, les haría un espacio en su proyecto, “tendería puentes”. Pensaron que podían ser como Monreal, sin darse cuenta de que siempre fueron Lilly Téllez. Pueden estar cerca, pero nunca serán de “los suyos”. Para ser de “los suyos” primero debe quitar, para luego dar, y ser agradecido con lo que dé, porque siempre lo puede arrebatar. Hay que caminar con el proyecto, tomar la opinión del presidente como si fuera la personal, porque los cercanos tendrán paracaídas, aún si pierden la credibilidad, como René Bejarano, quien hoy tiene un puesto, manejando recursos ni más ni menos, en el “gobierno más honesto de la historia”.

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Este gobierno no pide apoyo ni disposición a tender puentes, lo que exige es fe ciega. Fe de la que no cuestiona por qué el Aeropuerto de Santa Lucía va a salir más caro que acabar el NAICM. Fe de la que cree que la delincuencia y la corrupción se combaten sólo con valores y no con Estado de Derecho. Fe de la que no necesita datos duros para enfrentar una crisis eminentemente científica, de la que confía más en escapularios que en las recomendaciones de la OMS.

El presidente va solo y no cambia. Por eso el proyecto de gobierno que imaginó en 1970 es el mismo que quiere implementar en el 2020. Por eso quiere aparecer en la boleta de 2021. Él solo es el proyecto, él solo es la transformación. Él solo está llevando al país a la crisis más profunda de su historia. Solo, pero rodeado de gente sin escrúpulos que, consciente de que es imposible hacerlo rectificar, le echa porras.

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