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Este nacionalismo que ha mostrado con su cara más agresiva con Trump a través de sus políticas en el marco del ya infame “America first”, y en formas más “veladas” como su constante esfuerzo por referirse al coronavirus como “el virus chino” (para refrendar a su base que, del exterior, sólo pueden esperar amenazas), también se manifiesta en actitudes y políticas de nuestro gobierno. En el caso de México, el regreso de las actitudes nacionalistas se vio venir desde los debates, donde nuestro hoy Presidente se atrevió a decir, con orgullo y en pleno siglo XXI, que “la mejor política exterior es una buena política interior”, pero, lo más preocupante es que con el paso del tiempo, se va mostrando en más aristas.
#AVISO ? El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump ?? ha confirmado el cierre de la frontera con México ?? sólo permitirá cruces esencialeshttps://t.co/F0P8lZfaH5
— Gluc (@GlucMx) March 18, 2020
Es de notarse el desdén que las autoridades han mostrado por los asuntos internacionales. Marcelo Ebrard, hoy encargado de todo y de nada, ha tenido que capotear asuntos que deberían ser prioridad presidencial. Desde ir a la Asamblea General de la ONU, Davos o hasta los eventos celebratorios de Trump relativos al TMEC. Es hasta triste tener que ver a nuestro canciller poniendo su mejor cara en los actos oficiales de nuestro vecino, en donde su labor ha sido prácticamente, como dicen en la política, dedicarse a tragar sapos. Le ha tocado hacer “de tripas, corazón” escuchando las diatribas del presidente norteamericano con respecto a México, quien sólo ofrece un discurso optimista para señalar cómo nuestro gobierno se ha doblegado ante sus amenazas. Esto no sería tan grave si el costo fuera sólo simbólico, pero la realidad es que las instituciones de seguridad de México y los migrantes, están pagando un alto precio por esta pax ficta que demanda el nacionalismo norteamericano y que se trata de ignorar a través de un discurso de nacionalismo mexicano.
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Ni siquiera en el contexto de la pandemia del coronavirus, nuestros líderes se resignan a aceptar que hoy más que nunca, las fronteras y sus poderes mágicos de segregación viven en nuestra imaginación, como vestigio de nuestros temores y prejuicios. El mejor ejemplo de cómo esta mentalidad permea en lo macro y en lo micro, es la iniciativa de MORENA que trató de aprobar el Senado esta semana, en la cual buscan obligar a las plataformas digitales a tener un 30% de contenidos nacionales en su catálogo de contenidos. ¿Qué quiere decir esto? Que por cada 10 películas o series que ofrezca Netflix, Amazon (o incluso canciones de Spotify, porque ni siquiera diferencian ni el concepto ni de plataformas, ni el de contenidos), 3 deberán ser producciones mexicanas. Esto, para un amante de Pedro Infante, Chespirito o Eugenio Derbez, sonará a una gran idea, pero lo más probable es que en la realidad, esta disposición saque del mercado a muchas plataformas extranjeras que no cuentan con un acervo de estas características, o que tengan que recurrir a Televisa o Tv Azteca para comprar un catálogo que les permita contar con esos contenidos, aunque muchas personas los evitaran contratando Netflix o Hulu en lugar de Blim en primer lugar. Otra alternativa menos radical, pero igual de negativa para los espectadores será que las propias plataformas recorten su catálogo para guardar la proporción de contenido nacional que exige la nueva ley.
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Cualquier economista podría explicar a nuestros legisladores cómo un problema estructural no se soluciona creando condiciones de mercado artificiales, si hablar de mercados hoy no fuera un pecado capital. Tristemente, en la actualidad, ese economista tiene más probabilidad de que lo saquen de la cámara a jitomatazos, vituperios, o incluso, mordidas que triunfar al combatir el nacionalismo de nuestros representantes.
El nacionalismo está regresando, a veces clara y a veces subrepticiamente, como las viejas costumbres que se rehúsan a morir, pero que no deberían tener cabida en este nuevo siglo. Quizás, esta “bonita costumbre” nunca se fue. Lo que debemos tener presente, es que el costo de abrazar este viejo fantasma en la nueva era puede ser demasiado alto. Otra vez.
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