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En ocasiones hay que dejar el ego a un lado para apoyar las causas urgentes y justas. La crisis de feminicidios que atraviesa nuestro país hace necesario dar espacios a las voces de las mujeres. Por esta razón, al unirme a una incitativa que pedía colaborar de esta forma a los hombres de los medios, invité a Cristina Rumbo Bonfil, Doctora en Derecho y Globalización, a escribir la columna que a continuación podrán leer. #NiUnaMas #JusticiaParaTodas
La rabia puede ser definida de acuerdo con la RAE como: “f. Ira, enojo, enfado grande”, mientras que una definición más amplia nos dice que es “Enojo grande que se manifiesta con palabras, gritos y ademanes bruscos y violentos”. La primer vez que sentí rabia fue cuando mis compañeros de posgrado (dos maestrantes varones) en un viaje de estancia de investigación en el extranjero, quemaron mis constancias de cursos y cátedras dadas por mí en distintos espacios académicos y Universidades, sólo porque durante el viaje había habido algunas diferencias de entendimiento y de comunicación. Lo hicieron sencillamente porque pudieron. Al regresar denuncié el hecho ante mi Unidad de Posgrados, escucharon y callaron. Ya no hagas pleito –sentenció el coordinador-. Estaba enojada, sobre todo porque no podía recuperar mis constancias; sin embargo, mi enojo fue minimizado, no tenía derecho a reclamar y mucho menos a sentir rabia, así que me la aguante.
La segunda vez que sentí rabia fue hace días, al enterarme del caso de Ingrid Escamilla. Leer la narración de cientos de medios de comunicación y portales de noticias, sobre los detalles del feminicidio de Ingrid me helaron la piel, sentí miedo y tristeza, ¿cómo era posible que algo así estuviera ocurriendo en nuestro país? Hoy fue Ingrid, mañana puedo ser yo –pensé-. Pero a medida que la noticia se fue dispersando, vinieron las reacciones y con ello los comentarios de miles machos que en redes culpaban a Ingrid Escamilla de su propio destino: “¿qué podía esperar una mujer que vivía con un tipo más grande que ella y encima del que ya había evidencias de ser violento, con ella y con su ex esposa? “Fue su culpa debió irse cuando pudo, quería un sugar daddy pues ahí las consecuencias, fue crimen pasional ella motivo la discusión, ella lo apuñaló primero entonces no fue feminicidio sino legítima defensa”.
Y luego vino lo peor, cuando en la conferencia mañanera del lunes siguiente a la muerte de Ingrid, el Fiscal General de la República Alejandro Gertz habló de los feminicidios pero no se refirió a Ingrid Escamilla en ningún momento, evadiendo con ello las preguntas de los periodistas. Solo quiso retomar su airada propuesta de “reclasificar” el tipo penal de feminicidio y mencionó “La intención no es eliminar la persecución de feminicidios, pero sí que es preferible cambiar la tipificación de los asesinatos de género contra mujeres para facilitar su investigación”; como si las miles de mujeres que mueren en este país no fueran razón de peso para no desaparecer el delito de feminicidio, y así de esa manera –piensan ellos- resolvemos los casos en nuestro país. Ajá.
Y las protestas de los colectivos feministas por el caso Ingrid Escamilla comenzaron afuera del Palacio Nacional, y el Presidente de nuestro país se limitó a expresar “con todo respeto que no nos pinten las paredes” -porque aseguró que su gobierno está trabajando para evitar que sigan los feminicidios-. Y entonces mi miedo y tristeza se comenzó a convertir en enojo, es el Presidente del país ¿cómo puede disminuir la terrible violencia feminicida de nuestro país y centrar la discusión en las formas de manifestación y con ello acrecentar y desviar el debate en torno a ello? Sí, son otra vez las formas, no los fondos ni los porqués. Pero luego vino el caso de la niña Fátima y entonces se desbordó la furia y la rabia, la mía y la de miles de mujeres de nuestro país. No hablaré de las posteriores declaraciones de nuestro Presidente porque es indignante siquiera citarlo.
Las manifestaciones de los colectivos de las hermanas feministas se hicieron más enérgicos y de nuevo la discusión pública se centraba en las formas, sí en que “con violencia se genera más violencia” y las redes sociales se inundaban de comentarios machistas y misóginos acerca de ellas, las “rabiosas”, las que no encuentran otras formas de manifestar su inconformidad y las que “se aprovechan” de estos actos para hacer vandalismo.
Inmediatamente pensé en aquella ocasión que también sentí rabia -mucho menor la agresión-, pero igual no tuve posibilidad de expresar enojo alguno, y las entendí profundamente. El cometido central de la manifestación además de la inconformidad, la injusticia y la ineptitud de las autoridades para prevenir y erradicar todo tipo de violencias contra las mujeres en nuestro país, es el enojo. Miles somos las mujeres que estamos enojadas, no sólo porque cada día matan en promedio 10 mujeres en México, sino porque seguimos encontrando dentro del discurso político y social motivos para culparnos por ser víctimas de las violencias.
Rosa Cobos menciona que “la violencia es inherente a las relaciones de dominación y subordinación”, es decir; la violencia históricamente ha sido ejercida a través de esa relación de dominación, y cuando las subordinadas se revelan entonces hay descontento. El opresor no puede ni por un instante, permitir que sean las oprimidas las que en esta ocasión salgan a la calle a reclamarle, y si el opresor es un macho o el estado mismo, la respuesta es siempre la misma: la inconformidad traducida en manifestación.
En este país de machos, las mujeres no tenemos derecho a expresar rabia; social y culturalmente la expresión de emociones nos ha sido negada, cada vez que como mujer he tenido la necesidad de expresar molestia o indignación, cada vez que he querido hacer algún acto “violento” que muestre mi molestia, cada ocasión que he levantado la voz, cada una de las veces que he manifestado mi inconformidad, cuando he denunciado acoso, injustica, inequidad o un simple y rotundo NO, he sido reducida a una rabieta hormonal o emocional. Mientras que un varón tiene el derecho legítimo y socialmente permitido de expresar su enojo, tiene como recompensa –además- la de ganarse los adjetivos asociados de forma positiva a su carácter: “enérgico, con carácter, tosco, un hombre en toda la expresión de la palabra”, siempre en un valor positivo claro; y para una mujer destacarían los de “loca, amargada, mal cogida” y otras joyas que nos han heredado.
Por ello sostengo que toda la inconformidad que desatamos las feministas en redes sociales y medios de comunicación por la forma de manifestarnos está invariablemente asociada a la negativa que tenemos las mujeres a mostrar furia y rabia, fuimos criadas para ser sumisas y correctas y para expresarnos de forma tranquila y controlada. Toda manifestación que contravenga los estereotipos de género previamente impuestos, romperá el patrón del molde con que fuimos criadas.
Y sí, también creo en la manifestación pública que es pacífica y controlada, creo en la libre manifestación de ideas que va asociada al respeto mutuo; sin embargo, la sociedad, el gobierno y los varones de este país deben entender, que hoy más que nunca estamos molestas, que nuestra rabia viene desde el más puro y legítimo sentimiento de injusticia y violencia del que estamos siendo víctimas. ¡Nos están matando! Y matan a nuestras madres, hijas y hermanas, de la forma más brutal. ¡Nos están matando, carajo! Es nuestro derecho sentir rabia.
Y quien piense que las mujeres deben repensar sus formas de manifestación, pues con violencia no se genera y ni consigue absolutamente nada, debería repasar la historia del mundo y de nuestro país y reconocer el trabajo de las sufragistas, el reclamo de los derechos laborales a través de las obreras de la fábrica textil “Cotton” en Nueva York, el movimiento de mujeres anarquistas, el feminismo de la tercera ola (radical) y más recientemente el movimiento Me Too; así como todos aquellos movimientos feministas que han reclamado el reconocimiento e inclusión de los derechos sociales, culturales, políticos, económicos, sexuales, reproductivos, laborales y educativos y observar que nada de lo negado nos ha sido otorgado de forma fácil y que toda lucha ha de ser feminista o no ser.
Cristina Rumbo Bonfil