Twitter: @YessUrbina

Iniciamos la semana con la desgarradora noticia del feminicidio de Ingrid Escamilla, una joven que fue asesinada tortuosamente por su marido, un número más a los 10 feminicidios que ocurren al día en nuestro país. La semana pasada, compañeras universitarias de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (FES Acatlán) levantaron la voz para exigir a las autoridades que la violencia de género deje de ser algo cotidiano y normalizado en nuestro entorno.

Ejemplifico lo anterior porque es a lo que nos enfrentamos todos los días como mujeres, a cada lugar al que vamos, expuestas al acoso en sus múltiples manifestaciones, en un ambiente violento que no garantiza nuestra seguridad ni justicia si algo nos sucediera. Si a esto sumamos la ligereza con la que las autoridades lo toman, es ahí donde podemos entender de forma muy clara la falta de voluntad por brindar justicia y un debido proceso con perspectiva de género que dé paso a una real prevención, erradicación y castigo de la misma. Pero no, pareciera que estamos muy lejos de alcanzar ese escenario “ideal”.

No, presidente, no estamos exagerando ni nosotras ni los medios a los que se atreve a llamar manipuladores (aunque claro, no hay dejar de lado a aquellos medios deleznables que no respetan la integridad ni privacidad de una mujer después de ser torturada como Ingrid lo fue). La realidad es que diez mujeres son asesinadas por el hecho de serlo todos los días y no está sucediendo absolutamente nada. La promesa de justicia y seguridad parece hoy más lejana que nunca y no, Fiscal Gertz Manero, la sola propuesta de reformar el feminicidio o la forma en la que éstos se investigan reitera, una vez más, la falta de perspectiva de género que existe en el funcionamiento de todas las instituciones y sus procesos.

Este sesgo de realidad también se replica en la Universidad Nacional Autónoma de México, no olvidemos todos los planteles que están en paro de actividades por la falta de atención a las demandas para atender la violencia de género que sufren las compañeras por parte de profesores y alumnos, también impunes y sin un mecanismo de denuncia idóneo para garantizar que haya justicia.

En el caso específico de la FES Acatlán, hace una semana fui testigo de la indiferencia con la que muchos compañeros y autoridades actuaron.

Más allá de lograr un consenso para oficializar un paro de labores o no, el centro de la discusión versaba sobre el respaldo a las compañeras que han sufrido violencia en la institución, de trabajar colectivamente para que la Comisión Local de Equidad de Género deje de ser una simulación y cumpla la función para la que fue creada. Lo que terminamos atestiguando ese día, nos recordó la importancia de estar unidas y de impulsar el correcto funcionamiento de los mecanismos disponibles y de luchar por la garantía de justicia para todas esas compañeras que han sido violentadas. De nada sirve que exista un mecanismo si no está pensado para nosotras, quienes lo vamos a usar y fortalecer cada que sea necesario hasta que la prevención, erradicación e impartición de justicia sobre la violencia de género sean cotidianos.

La normalización de la impunidad y la violencia contra las mujeres nos deja desesperanzadas, enojadas, ansiosas y con un sentimiento de abandono profundo con la pregunta constante de si nosotras o alguna de nuestras cercanas será el próximo número en las estadísticas. Porque no importa si denunciamos, nos siguen asesinando tal y como pasó con Ingrid, una joven que se atrevió a denunciar y aun así fue asesinada de la forma más atroz.  O todas las compañeras universitarias que han denunciado a sus agresores y son protegidos por la misma institución. Violentadores que ni siquiera se esfuerzan por disimular y se exhiben públicamente sin vergüenza alguna porque saben que no pasa nada.

Cuando dejemos de poner más atención en si hay medios o adversarios que quieren “exagerar” respecto a la violencia que existe contra las mujeres, que si hay grupos políticos que quieren dañar una institución universitaria, cuando dejemos de preocuparnos más por una imagen pública entonces entenderemos el fondo del problema y pensaremos en las diez mujeres asesinadas cada día y en los cientos de compañeras que han sido violentadas. Ese es el problema real.

Y no podemos seguir esperando a que lo entiendan mientras nos matan y violentan. Luchamos y lucharemos juntas desde nuestras trincheras para transitar hacia la vida que nos ha sido negada: libre de violencia, de miedo e impunidad. No estamos solas, nos tenemos una a la otra, el grito de “ni una más” no es solo una consigna, es el grito de exigencia a autoridades incompetentes y a una sociedad profundamente machista. La transformación será feminista o no será.