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Representantes de la Primera línea, ese grupo de jóvenes que enfrentan a fuerzas de Carabineros desde hace más de cien días en las calles de Santiago de Chile durante las protestas, aparecen en el Foro Latinoamericano de Derechos Humanos.
La imagen es una de las demostraciones más simbólicas y sentidas del movimiento social chileno que estalló el 18 de octubre de 2019.

Aparecen encapuchados, con esas capuchas que tanto molestan a los que no entienden la multiplicidad de rostros de un pueblo que se volcó a las calles y que ha sido etiquetado de violento por aquellos que se contagiaron de la miopía que trae consigo la indolencia.
Llegaron no para decir cualquier cosa, sino porque tenían algo que decir: Nuestro pueblo sangra. La voz de un joven chileno sin rostro retumba en las paredes del antiguo Congreso Nacional, sede del Legislativo hasta el golpe de 1973.
El sin rostro cimbra el histórico recinto que se queda en silencio para escucharlo, no solamente por la intensidad de su voz, sino por el poder convertido en resiliencia que emana de sus palabras:
“…Nuestro pueblo sangra a vista y paciencia del mundo, a vista y paciencia de un gobierno que en lugar de darnos solución nos crea más conflictos con su relato de guerra…”
Por minutos, un joven encapuchado es el rostro de una revuelta con una variedad de facciones que ha hecho visible el estrepitoso choque entre la indiferencia de un gobierno y el clamor de dignidad de un pueblo.
“…Les importa más el papel verde que nuestra sangre roja…”
“…Observan con lujuria como los que luchamos caen en nuestras calles, nuestro pueblo sangra y el presidente en vez de curar las heridas de nuestro pasado las abre más y más”
Más de 3 mil 600 heridos en hospitales, 2 mil por armas de fuego, ya sean balas, balines o perdigones, más de 400 mutilaciones oculares… 26 causas por homicidio abiertas en la fiscalía, 160 causas por violencia sexual y 770 por torturas y tratos inhumanos.
”…El presidente no quiere curar las llagas sino que las abre con más mano dura, la abre con represión policial, las raja con leyes que atentan contra los derechos de libertad…”
Un encapuchado, en un foro de derechos humanos, en un contexto regional y nacional convulso, en un mundo en crisis de representación y gobernabilidad, con líderes que pierden legitimidad y con sociedades que encuentran otras formas de participación.
Otro grupo de encapuchados lo acompañan, se toman de las manos, son manos que luchan:
“…Manos de trabajadores, manos sucias de tanto trabajar una vida entera para ganar migajas… manos que recogen piedras para combatir otras manos que tienen armas y disparan balas… que se cansaron de llenar de billetes las manos de otros quienes sin esfuerzo se enriquecen, esas otras manos que jamás conocieron el hambre, esas otras manos que jamás estuvieron sucias…”
La revuelta en Chile abrió una posibilidad de reorganización y participación popular en donde el eje central sea el cuidado y defensa de los derechos humanos no solo en casos de violencia, tortura y muerte sino desde combatir la miseria y desigualdad estructural del continente que es el origen de la herida que sangra.
El sin rostro sentencia: “…aunque nos dejen ciegos a todos, gritaremos dignidad aunque nos corten la lengua, seguiremos sangrando por nuestro país aunque las venas queden secas, aunque nos desangren a todos…”