Twitter: @AlfiePingtajo
Todo está podrido, estamos conscientes y no sé si no queremos, no podemos o no sabemos cómo -realmente- cambiar las cosas.
Es cierto que durante años la sociedad mexicana fue muy pasiva o poco ruidosa.
Me atrevo a suponer que la ardilla colectiva comenzó a girar de otra forma, a partir de la elección que colocó a Vicente Fox en la silla presidencial. Probablemente ese episodio nos comenzó a empoderar como sociedad o vino a recordarnos que siempre hemos tenido el poder. En aquella ocasión se optó por un cambio: sacar al PRI de Los Pinos.
Luego, ya sabemos lo que pasó: vino Calderón, como una segunda oportunidad para el partido que decía era el único capaz de lograr el cambio y sí: pasamos de un país, relativamente, pacífico a una enorme y dolorosa narcofosa.
Terminada la era panista, sorprendentemente, regresó el “Nuevo PRI” al Palacio de Gobierno. Las cosas no cambiaron y continuaron empeorando en temas referentes a la seguridad, la violencia y la desigualdad socioeconómica.
Después de dos sexenios de competir como candidato, por fin en 2018, AMLO fue elegido para ser Presidente de México. Él era la viva encarnación del verdadero cambio, la esperanza vuelta persona. Ganó de forma contundente y con el mayor respaldo democrático que ningún Presidente en la Historia de este país había tenido. La mesa estaba y está puesta para su éxito.
Sin embargo, la sinopsis de esta obra teatral denominada: 4T; ha decepcionado a propios y extraños. Resulta que mucho de lo descrito no está siendo representado. Los espectadores no hemos terminado de descifrar si esto se deba a una pésima dirección, producción, interpretación actoral o mal guión. Ciertamente, la obra lleva poco de haber comenzado, pero lo visto hasta ahora ha sido muy desilusionante.
Los desatinos, las improvisaciones y la no medición de riesgos a la hora de modificar o clausurar programas han sido la tonalidad de esta 4T.
Si a Nicolás Maduro le hablaba un pajarito, a AMLO le habla un Benito Juárez que sigue pensando que este país es el mismo de la época de Reforma.
Para AMLO hay de dos sopas: los que están con él (pueblo bueno o pueblo feliz) y los conservadores o fifís o complotistas.
En últimos días, hemos visto una muestra de poca insensibilidad ante el tema de las medicinas de los niños con cáncer. En las recientes mañaneras no ha existido una postura de su parte o de su gabinete sobre la violencia constante que sufren los habitantes de Chilapa y José Joaquín Herrera en Guerrero, donde recientemente aconteció una matanza y hemos visto a niños siendo entrenados para tomar las armas, ya que están en la necesidad de aprender a defenderse.
A eso habrá que anexarle su negativa para recibir al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad o de hablar con Sicilia, pues no le gustan los shows a AMLO. Sin olvidar las bellas postales que nos ha regalado la Guardia Nacional al bloquear el libre tránsito a las caravanas migrantes, a petición de Trump.
Si alguien lo cuestiona al respecto, AMLO sólo responde que son sus adversarios queriéndole poner el pie. Los conservadores queriéndolo tumbar.
A México le urge recuperar al líder que cuestionaba todo aquello que criticaba y que ahora -por inercia del sistema o creencia propia- está realizando.
A México le urge que la sociedad siga criticando los malos pasos y aplaudiendo los aciertos que esté teniendo el actual Gobierno y nos dejemos de falsos apasionamientos.
Un país auténticamente libre y democrático es construido por todas las voces. Los derechos fundamentales que emanan de nuestra manoseada Constitución deben ser respetados, promovidos y defendidos por la sociedad; y principalmente por el Gobierno.
A México le urge vivir en Estado de Derecho.