Twitter: @ana__islas

El mundo está cambiando. En 2019 percibimos los primeros esbozos de las reglas que las calles, bajo distintos idiomas, querían dictar a los que habitan las casas de gobierno. Este 2020 ha arrancado con un ritmo aún más marcado que es imposible -y urgente- no ignorar.

La ola del cambio a la que algunos se han subido casi en automático y otros obligados por el propio oleaje, podría reventar este año en un cambio de paradigma que revolucione la forma en cómo nos relacionamos en sociedad y con el planeta que habitamos.

Es parte de nuestra responsabilidad social buscar entender hacia dónde marcharán las generaciones que habitarán este planeta en las próximas décadas para poder aportar a esa nueva dinámica desde nuestro ámbito de acción.

La urgencia del cambio se repite como un eco desde distintos puntos del planeta y si prestamos atención podemos escucharlo:

Desde Australia, la tierra nos exige que la volteemos a ver, en un grito desesperado que nos ofrece imágenes desgarradoras de muertes de millones de seres inocentes, para ver si eso logra calar en nuestra conciencia sobre lo que hemos hecho de este planeta.

Desde Irán, con la rabia y dolor por el derribo de un avión de pasajeros -no solamente iraníes-, que con gritos de condena reclaman a un líder que sus métodos ya no son bien recibidos en una sociedad que condena la violencia y está harta de las dinámicas de control que en otros tiempos fueron aceptadas.

Desde Chile, con un clamor de justicia social que no se apaga pese a los casi tres meses de protesta callejera y pese a los intentos de la élite de normalizar las violaciones a derechos humanos bajo argumentos de orden social. La llama se propaga cada vez más.

Desde Reino Unido, donde un monarca en una muestra de rebeldía renuncia a sus privilegios en búsqueda de la independencia y estremece el propio seno de la corona británica en un momento en que el país maniobra con su propia salida de otro bloque.

La urgencia del cambio también se ha expresado -para sorpresa de muchos- desde Estados Unidos, donde el más recalcitrante de los presidentes republicanos resultó tener una respuesta más pacífica que varios demócratas y dio un paso atrás -obligado o bajo convicción- a lo que se preveía como un inminente conflicto mundial de consecuencias inimaginables, tras un imprudente arranque de violencia.

Desde Suecia, donde lo que inició como la protesta de una estudiante contra el cambio climático sacudió conciencias y obligó al mundo a observar cómo se ve y cómo se escucha una niña que exige respuestas a lo que adultos llevan décadas dándole vueltas.

Desde China, con la propagación de la tecnología 5G que nos habla de la necesidad de estar más conectados entre sociedades y de un reto enorme de adueñarnos de la tecnología sin perder el foco sobre la importancia de no deshumanizar el propio proceso de comunicarnos.

Desde México, con la prohibición de todo tipo de bolsas de plástico y la oportunidad histórica que tenemos de hacernos responsables de nuestra huella en el entorno en el que nos desarrollamos. Una acción tan pequeña pero que puede derivar en factores más visibles de la dinámica social.

Así, 2020 llega a plantearnos qué es lo que realmente nos hace ciudadanos de este mundo y qué hacemos para hacer de él un mejor espacio de coexistencia. Podemos elegir en responder como lo conocemos hasta ahora o aprender a bailar el nuevo ritmo.