Twitter: @LuzJaimes
Tengo frente a mi un par de zapatos nuevos. Los compré porque dicen que hay que andar nuevos caminos sobre pasos finos. Los miro, los toco; los huelo. Todavía no tienen historia.
El tacón es alto y ruidoso como para que me lleven a una junta o a una fiesta. Si me acompañan a la junta, cruzaré las piernas de forma que pueda verlos el interlocutor. Si los llevo a una fiesta, bailaré con ellos. La gente no mira los zapatos, pero en las juntas y en las fiestas si.
Cuánta vida le espera a estos zapatos conmigo mientras me den un poco de valor cada vez que los aborde. Irán conmigo aún cuando no los lleve puestos, cuando la vida sea tan hermosa como para caminar de noche y descalza sobre la avenida con ellos en las manos. Como para que alguien los acaricie y bese tras un día cansado.
Cuando sean viejos y nadie los mire más que con recelo, y yo deba tirarlos, se habrá cumplido un ciclo. Tal vez murió otro año. Porque unos zapatos no desean permanecer intactos. El deseo de vivir de unos zapatos nuevos es lo más parecido al deseo de andar de quien los porta.