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El año que ya inició nos pondrá aprueba como país, como nación y como personas. La tensión y polarización que se ha acumulado por décadas ha tomado un lugar protagonista durante la gestión del presente gobierno federal y ha puesto a prueba las convicciones y las ideologías, al punto de que parece que nadie sabe que nos depara.

Sin duda los doce meses del gobierno de AMLO y los 18 desde su elección han sido inéditos en la historia reciente de México y como todos los cambios drásticos de la vida nos generan emociones desbordadas. Sin embargo, esto no es razón válida para convertirnos en pregoneros acríticos o en agoreros del fracaso anunciado.

Estos meses pasados se han caracterizado por la irreflexión de unos y otros, por el señalamiento fácil y la diatriba sin sentido, todo para alimentar un maniqueísmo egocéntrico en el que no cabe la cordura ni el razonamiento.

El ambiente político nacional y la sociedad misma nos hemos condicionado a no reflexionar las palabras o propuestas del otro, condenando el debate sobre el futuro del país a un nivel de niños de 5 años. Casi nadie se salva y eso nos condena a todos.

La propiedad de la verdad absoluta se ha convertido en prerrogativa de todos los grupos, los analistas y los personajes. Nunca nadie se disculpa o corrige, se detiene para aceptar un dato que no concuerda con nuestra visión o para señalar tanto lo bueno y malo de la actualidad.

Las trampas discursivas para lograr esto se han extendido ampliamente.

Mientras unos acusan a otros de no haber sido críticos con el pasado, muchas veces sin documentarse ni leer a quien señalan, los otros afirman que todo discurso oficial es falso de toda falsedad, incurriendo muchas veces en el error que critican de no confrontar datos.

Otro recurso se trata del dribleo que los zelotas de cada bando hacen cuando se les confronta con los números o los datos que no pueden refutar. Pasamos de las casas de Bartlett a las casa blanca pero negamos los parecidos entre la SFP actual y la del sexenio pasado. No dejamos de señalar el poco éxito de “jóvenes construyendo” en el número de contrataciones finales cuando cuestionan los posibles nexos con el narco de funcionarios de gobiernos anteriores.

También podemos nombrar la maroma cuahutemiña, el tirabuzón peñista, la (in) decencia borolista y la incuestionable digito-razón presidencial. Y así podemos seguir, ad infinitum.

Tal parece que todos hemos renunciado a ser ciudadanos y nos hemos montado en ser militantes, en el peor de los sentidos.

Es decir decidimos repetir sin razonar y creer sin fundamentos, nos hemos transformados en fieles creyentes sin capacidad crítica.

Por supuesto que no soy tan ingenuo para imaginar una concordia perfecta, pero sí creo que esto no tiene vuelta atrás si no vivimos el 2020 con espíritu crítico hacia nuestras propias creencias.

Para esto debemos retornar a los datos duros, a las verdades medibles y los resultados transparentes.

Solo de esta forma se podrá acallar a los críticos viscerales, a los cuestionadores sin sentido y a los agentes del caos que abundan en cada uno de los bandos que hoy se confrontan.

Mi deseo para cada uno de ustedes, por tanto, es que ejerciten su inteligencia, dejen atrás las consignas y vivan con los ojos abiertos. Ni el pasado fue todo de maldad inservible, ni el presente es el reino de Darth Amlove. Crezcamos y maduremos, quizá 2020 es nuestra última oportunidad de hacerlo.

Les deseo un año más inteligente.