Desde los escombros

miércoles, 25 de septiembre de 2019 · 02:00
Twitter: @LeSz Los kebabs de cordero y falafel que vendían a dos cuadras fueron la opción más próxima y viable dado que nadie quería salir a comer, tuvimos la suerte de pedirlos exactamente después de que la alarma sísmica -tardía- dejara de sonar. Seguíamos afuera del edificio; no nos importaba cuanto tardaría la comida, sino saber que eventualmente llegaría y que aquellos que teníamos que quedarnos en la oficina estaríamos bien. Había mucho por hacer: monitorear lo que estaba pasando, cerciorarse de que aquellos que amamos , aquellos que nos importan, estaban bien; localizables, sanos, fuera de riesgo, lejos de los escombros…
Cuando se trata de la vida y la muerte el rol de la comida parece secundario; pero no lo es.
Los anaqueles en los supermercados estaban vacíos cuando llegamos al más cercano; parecía escena de película postapocalíptica, y es que, no era para menos. Se acababan a toda prisa las botellas de agua, el pan de caja, las carnes frías, el atún en lata, alimentos no perecederos, fáciles de transportar, preparar y consumir, eso; inmediatez. Por otra parte chocolates, refrescos altos en azúcar, panecitos con muchas calorías y todo aquello que de alguna manera pudiera cargar de energía - aunque momentánea- útil a aquellos voluntarios y rescatistas que no estaban dispuestos a parar hasta no poder más. Se dice que el regalo siempre son las manos que lo entregan sin importar lo que éste sea; creo que cuando se habla de la comida aplica el doble.
Con admiración vi a amigas, conocidas y extrañas crear redes de comida para ayudar.
Se que sonará increíble para aquellos que no lo vivieron de primera mano pero es que los albergues y centros de acopio estaban llenos de voluntarios, quizá centralizados pero éramos tantas manos que había que crear otros caminos para llegar a aquellos que necesitaban una mano, dos o dieciocho.
Se desarrolló un sistema: entre todos se conseguían las materias primas, otros ponían ‘las estaciones’ su casa, cocinas, hornos, refrigeradores y utensilios.
Otras se encargaban de preparar lo que se pudiera de manera rápida, organizada y evitando desperdiciar, se hacían sándwiches y tortas que se acompañaban de agua embotellada, jugos y alguna fruta; para aquellos que estaban en las zonas de derrumbes, los que no podían volver a casa , los que no pensaban siquiera en comida porque no habían podido aún hablar con sus amigos y familiares. Otras preparaban brownies recargados de chocolate y azúcar para los rescatistas y aquellos encargados de estar por la noche caminando en silencio entre los escombros. Afuera de las estaciones había voluntarios y voluntarias en bicicleta y moto esperando que se les entregaran los alimentos para ir a entregarlos a donde se estaba solicitando la ayuda en ese momento. no eran los únicos, se escuchaban pasar al menos cada 3 minutos motocicletas cargadas yendo de un lado a otro yendo y trayendo provisiones y herramientas.
Pasaban las horas y a pesar de los esfuerzos en varios lugares de la ciudad el panorama sólo era más sombrío, aún así la gente no paraba, la comida no paraba...
Las manos seguían cargando, cocinando, las cocinas tenían la luz prendida, no sólo las televisiones; llegaban carritos de tamales y atole, de donas y café, los tacos de vapor, las tortas de tamal, no era que la vida siguiera era que estaban ahí, estábamos ahí dando lo que podíamos dar. Ese día aprendí que la comida es mucho más que sólo la gasolina que necesitamos para seguir; aprendí que juntos podemos alimentar a un país, no solo con las provisiones de los supermercados; sino con nuestra solidaridad, empatía, las manos voluntarias y los sentimientos que levantan escombros.

Otras Noticias