Por la libre

jueves, 8 de agosto de 2019 · 08:10
Twitter: @abi_mt

Muchos aspectos del gobierno morenista me parecen preocupantes:

  • La centralización, la ausencia de esfuerzos para el fortalecimiento de las instituciones de justicia.
  • El rechazo que muestran a la evidencia y datos duros.
  • La cancelación de programas sociales y sus efectos en los grupos más vulnerados, etc.

No obstante, con todas las calamidades que visualizo como resultado de estas decisiones y actitudes, ninguna de ellas me preocupa tanto como la absoluta ausencia de una oposición sólida que pueda poner freno, o aunque sea moderar, estas posturas que el gobierno puede impulsar al amparo de “la legitimidad de las urnas”.

El problema de la ausencia de oposición empezó mucho antes y nos rehusamos a verlo.

Cada día, a través de sus mensajes, tratan de convencer a la audiencia de que “la gente votó por AMLO y su plan de gobierno” y que por ello cuentan con la legitimidad de hacer lo que les venga en gana, irse por la libre.

En realidad, es un milagro de Andrés Manuel López Obrador no fuera castigado por el mismo hastío que alimentó el voto de la gente, tratándose de un actor político bien conocido de un sistema de partidos muy desacreditado.

 
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En una mano un grillete usado en las Islas Marías y en la otra el decreto que las cancela como prisión

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Por supuesto que una parte importante de la población votó por él convencida de que abandera(ba) el cambio verdadero, pero también es claro que una gran proporción de la gente no votó por la improvisación, por las decisiones tomadas a la ligera, o por el centralismo que hoy orgullosamente defiende. Muchos votaron en contra de la corrupción, de la inseguridad, de la desigualdad, del robo rampante, del abuso de poder, del estado al servicio de pocos.

El gran talento de López Obrador fue poder transfigurar todos estos males en “el PRIAN”, y ante la falta de candidaturas competitivas o ciudadanas, aprovechar que para fines prácticos, la única forma de votar en contra de eso era votar por Morena.

Hoy Morena puede irse por la libre porque nunca ha habido oposición.

Porque las banderas de todos los partidos siempre han sido “combatir la pobreza”, “luchar contra la desigualdad”, “no ser corruptos”, “no mentir”, “no robar”, o en el colmo del descaro, aunque parezca chiste cruel, “robar poquito”. Las banderas no han sido construir instituciones sólidas, fortalecer el federalismo, hacer valer el estado de derecho, buscar que las instituciones traten a todos por igual. Porque el problema no ha sido cómo hace las cosas, sino quién hace las cosas. Por eso las rupturas en partidos han sido por liderazgos y no ideologías. Por definir quién puede cambiar todo lo que parezca cambio sin meterse con su capacidad de tomar decisiones arbitrarias, cobijar aliados y castigar a detractores.

Morena puede irse por la libre porque los partidos que perdieron, ante la posibilidad de redefinirse o ahogarse en sus errores, han optado por lo segundo, peleando entre ellos para ver quién dentro del partido puede quedarse con la capacidad de tomar decisiones arbitrarias, cobijar aliados y castigar detractores.

Hoy no hay oposición porque para que haya oposición debe haber una vocación democrática de dar voz a la diversidad, y lo que ha quedado claro es que entre los partidos no hay diversidad. La izquierda que reclamaba una reforma fiscal ha optado por prometer no más impuestos para no alterar al empresariado al que siempre acusaron de cobijar a los candidatos y gobernantes de derecha. La derecha que sacó el ejército a las calles a costa de un aumento de violencia, más que antítesis prometida, hoy parece pionera de la estrategia de militarización que palidece ante la actual.

Ojalá que las pocas y débiles instituciones democráticas que quedan el país sobrevivan lo suficiente para que tengamos tiempo de formar una verdadera oposición, ciudadana y plural, que lo único que tenga en común entre sí sea el mismo rechazo a las prácticas que terminaron por acercar el voto ciudadano a Morena.

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