De pigmentocracia y otras mentiras ¿o realidades?

jueves, 15 de agosto de 2019 · 09:24
Twitter: @aldorafaello

Circo de tres pistas

Imaginen –sobre todo quienes nunca lo han padecido– que durante una discusión el primer argumento para ser descalificado es el color de piel. Ahora háganlo durante una entrevista de trabajo donde no son vistas sus cualidades sino el tono de su epidermis. Por último, piensen que son seguidos por elementos de seguridad de alguna tienda departamental sólo por no estar tan “claros” como los otros compradores.

Si lo hicieron, lo sintieron, o lo han visto, felicidades, esto le pasa al 87.9 por ciento de la población, según datos publicados en el estudio “Discriminación étnica-racial en México” del Colegio de México. El estudio es interesante –más allá de la discusión que generó la Panelista de Punto y Contra Punto, Estefanía Veloz– porque revela muchas cosas que son entendidas como mitos pero que son negadas por muchas personas y entendidas como si ocurriera de manera esporádica.

De acuerdo con Susana Vargas, la pigmentocracia es “el establecimiento de una relación entre poder y color de la piel (y otros rasgos fenotípicos) como legitimación del dominio de personas de piel blanca sobre personas de piel oscura” o para decirlo en términos breves: racismo aplicado en una sociedad que se siente “orgullosa” de su mestizaje.

El problema se torna más complejo porque el racismo (o pigmentocracia) viene acompañado de discriminación y segregación.

De entrada, las personas de color más claro tienen mayor acceso a mejores ingresos, escolaridad y oportunidades de subir en la pirámide de social que hoy está más acentuada y que se ha vuelto muy estática obligando a quienes nacen pobres a morir en la misma miseria.

Y no es lo peor. Los mexicanos tratan de asumirse en una categoría de color más clara con una idea de estar por encima del que está más moreno; la escala PERLA, proyecto dirigido por Edward Telles de la Universidad de Princeton, ha sido utilizada para que la gente se asuma por sí misma a determinado segmento de color y muchos de ellos se ubican más cerca de pieles claras que oscuras aunque no necesariamente sea así.

Lo peor de la sociedad mexicana no es sólo eso, sino su negación e hipocresía.

Como una forma de eximir su responsabilidad y expiar sus culpas, han introyectado el racismo y lo expresan como una manera cariñosa el decirle “negro” a quien es moreno. Ocurre todos los días en muchas familias (sino es que en todas) donde en automático el color es utilizado como un distintivo de entre los otros miembros.

Dichos como “mejorar la raza”, “está chistosito” o “es bien indio” son parte del racismo que a diario se expresa entre frases hechas que son difícil de extirpar de una población que desciende de una clasificación ruin como lo fueron las castas durante la colonia y que se mantiene como parte de una división imposible de borrar sin importar hace cuántos años haya ocurrido la independencia.

Las mentiras entorno a la pigmentocracia pueden ser varias:

  1. La primera es que aquellos eventos calificados por Estefanía como de ‘fifís’ y ‘blancos’ no son necesariamente para ellos, sino para quienes los pagan.
  2. La otra podría ser en que inventar términos para denominar al racismo de una manera más “agradable” no cambia ni las formas ni el statu quo.

Sin embargo hay una realidad terrible entorno a nuestro país: México es racista.

Se nota en su manera de hablar, de tratar a sus indígenas, a su población negra y a los migrantes. El hablar del tema lo hará más visible pero si no empezamos a entender la mega diversidad que existe en México, no tendremos derecho a criticar y odiar a Donald Trump ni a los rancheros texanos que disparan a cuanto paisano intenta ingresar al otro lado. Sencillamente, no tenemos derecho porque lo único que nos distingue de Trump es el color de piel.

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