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La uva es uno de los regalos de la naturaleza más apreciados y agradecidos por el hombre. El vino es uno de los regalos de los dioses más vanagloriado por la humanidad. Bacus con su regordeta barriga, rodeado siempre de mujeres y éste exquisito líquido, es el representante de la mitología griega que enarbola a este preciado tesoro.
Reyes de todas las épocas, emperadores de gran linaje y hasta el mismo Jesucristo, compartieron el vino en momentos que marcaron la historia del mundo.
Posteriormente, el vino se volvió un ícono europeo, con denominaciones de origen pulcras y auténticas, capaces de generar compañías destinadas exclusivamente a exportar esta presea a aquellos países carentes de una producción propia.
La llegada del vino a tierras aztecas data de la época de la conquista. Los frailes, encargados de la colonización espiritual, necesitaban del vino para hacer la correspondiente consagración del cuerpo de Cristo y con ello incentivar a los indígenas a cambiar los rituales a Quetzalcóatl por la veneración al único Dios reconocido por el cristianismo. Los cargamentos de vino llegados de España eran escasos o llegaban con retraso, lo que impedía la realización exacta de la celebración católica.
Fue así cómo surgieron las primeras casas vitivinícolas en México, particularmente en el norte del país, donde el contexto permitió a los sarmientos tener las condiciones para dar su exquisito fruto.
Si bien los viñedos más antiguos se ubican precisamente en esas tierras norteñas áridas, Baja California y Coahuila particularmente, en los últimos años, Querétaro ha sido cuna de nuevas casas, permitiendo al bajío mexicano vivir la experiencia vitivinícola más de cerca.
De Coté® casa vitivinícola, es uno de los viñedos más exitosos, lindos y elegantes de la región, ubicada en Esequiel Montes, Querétaro. Si bien el proyecto inició en 1970 por ilusión de sus dos fundadores, fue hasta 2012 que obtuvieron la primera cosecha de uva gracias al apoyo del enólogo Francisco Rodríguez (Casa Madero). En 2014, la casa abrió sus puertas al público, ofreciéndonos con ello la oportunidad de una cálida tarde en su restaurante, un delicioso brunch en su terraza o una recreativa caminata, paseo en bicicleta o tren a través de las 50 hectáreas de uva con las que cuenta su viñedo. Esto sin incluir la visita a su bodega, misma que incluso puede ser utilizada para ceremonias civiles.
He tenido la oportunidad de visitar en varias ocasiones este hermoso lugar. Su viñedo perfectamente cuidado y atendido; su bodega, pequeña, exquisita y cálida; y su restaurante con una excelente cocina aunado de una vista inigualable al viñedo y la Peña de Bernal.
En esta ocasión limitaré mi reseña a su restaurante, no sin dejar de mencionar que es imperdible al visitar esta casa, pasar por la tienda por un par de buenas botellas, muchas de ellas galardonadas en diferentes partes del mundo.
Para tener una mesa será necesario reservar, pues su vista única y su carta ambiciosa, cautivan a los comensales generando una demanda considerable. Una vez ahí, mi sugerencia siempre será pedir las mesas de afuera para poder tener la vista verde.
Entre las cosas que definitivamente hay que degustar ahí es la selección de quesos acompañado de alguna de sus botellas de vino. Quesos de cabra, oveja y vaca, suaves y fuertes, maduros y frescos, aparecen en un pequeño carrito y son servidos con cuidado acompañados de miel y frutos rojos. La última vez que asistí ahí acompañé mis quesos con un Clarete Inédito, vino rosado, fresco y con aromas frutales.
La carta varía dependiendo la temporada y ofrece también la opción de un menú degustación con o sin maridaje.
De mi más reciente visita destaco la deliciosa ensalada de peras con chardonnay acompañadas de pesto de zanahoria, macadamia y arúgula. Esta ensalada estaba tan buena que ni la fotografía tomé. Su frescor y cadencia, de la mano de las notas del vino, sin duda alguna abrieron gentilmente el apetito y permitieron gozar de los siguientes alimentos.
Una exquisita sopa de lentejas, hecha con una base de hueso de jamón ibérico, hizo presencia manifestándose imponente desde su olor, pasando por cada cucharada de fuerza y vigor.
Mi plato fuerte fue una res en mole verde con verduras y pepita de calabaza, generoza porción de carne suave y sabrosa que al combinarla con el mole daban una sensación de armonía que se complementaba con las verduras.
Esta comilona fue acompañada con un Merlot Atempo, de gran fuerza y volumen pero generoso al andar de los alimentos.
El cierre fue el exquisito plato de quesos complementado con el recién hecho pan de la casa.
Si son amantes del buen comer® y el buen beber no pueden dejar pasar la oportunidad de deleitarse una rica tarde en este increíble lugar, para después llevar a casa un par de exquisitos recuerdos líquidos y vívidos listos para abrirse en el mejor momento posible.
¡Buen provecho!
Amante del Buen Comer®