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Amante del buen comer

Diciembre tiene su encanto gracias a todo lo que conlleva. La llegada de la Navidad, el Año Nuevo, las vacaciones, el cierre de proyectos, las reflexiones y, de lo mejor, la comida.

Particularmente México, y su amor por comer, hacen de diciembre el mes de la gordura por antonomasia. Las reuniones de celebración no solo se limitan a la nochebuena y el último día de año, sino que los mexicanos aprovechamos para reunirnos con los amigos, familia extendida, compañeros de trabajo, etc, etc. durante todo el mes, aprovechando el desayuno, la comida, la cena y hasta el snack para disfrutar con nuestros seres queridos. Esto hace que la ingesta calórica (sólida y líquida) incremente considerablemente, haciendo que en enero los gimnasios se vuelvan regordetes de ingresos de aquellos con sentimiento de culpa.

Para mí, Navidad siempre ha sido un momento familiar. Hace algunos años, en casa de mi abuela con mis tíos y primos, ahora, con mi círculo más cercano en algún bello lugar de nuestro país.

En esta ocasión decidimos pasar la nochebuena (porque es importante referir que los mexicanos celebramos el 24 que es nochebuena y “recalentamos” el 25 que es la Navidad) en el Pueblo Mágico de Valle de Bravo en uno de sus atractivos culinarios más emblemáticos, La Casa Rodavento. Galardonado con el Best Hotel Boutique in Mexico 2018 y considerado en TripAdvisor® como el mejor lugar del pueblo para hospedarse y comer, Rodavento abrió su cocina para quienes deseábamos pasar un rato cálido y amable.

El menú fue diseñado por su chef ejecutivo Alberto Colín, quien además estuvo atento a cada mesa y convivió algunos minutos con quienes estuvimos ahí. Con una acogedora vista y un servicio impecable, la velada de 6 tiempos con maridaje fue un manjar digno de revivir.

La cena inició con un “aperitivo sorpresa” de parte de la cocina. Una croqueta de queso Oaxaca finamente acompañada de jalapeño y especias. Había que comerlo en un solo bocado y éste fue maravilloso. A ello lo acompañó la primera bebida de la noche, el “elegante”. Chamboard, vino espumoso y brocheta de frutos rojos, que permitieron hacer el brindis por la hermosa ocasión.

El primer plato fue una exquisita sopa de calabaza con hongos, cebollín y pimienta. Cada ingrediente, además de haber sido seleccionado delicadamente, enaltecía su frescor y abrazaba el paladar. Cada cucharada fue ricamente disfrutada.

Posteriormente llegó un sabroso rollito de cerdo frito. Un plato que fusionó a la cultura oriental (roll) con la mexicana (cerdo crocante) acompañado de una ensalada de nuez, manzana y granada. A ello le acompañó un exquisito cabernet sauvignon del Valle de Guadalupe, Surco 2.7

El plato fuerte, y mi favorito, fue un pollito orgánico acompañado de un suffle igual de pollo con vegetales y arándanos en una salsa agridulce. Simplemente espectacular. A pesar de que yo no soy aficionada del pollo, éste mereció cada bocado. Tierno, suave, rico y único, definitivamente fue un plato de celebración. A éste lo cortejó un mulled wine, vino con especias y cítricos muy representativo de la navidad en países nórdicos de europa.

Más adelante llegó el prepostre sorpresa, típico postre valleciano casero, que consistió en un pequeño y crujiente buñuelo con ensalada roja navideña y caramelo. Delicioso dulzor para un rico precierre.

El broche de oro estuvo a cargo de un bizcocho de caramelo, con helado de café y pedacitos de plátano acompañado de otro delicioso coctel denominado “jingle bells drink” hecho con base de ron especiado, frangélico, cold brew y chocolate (un postre hecho bebida).

Cada momento fue especial, no solo por el plato y bebida que correspondía sino porque mi compañía fue la perfecta… mi familia, mi ejemplo vivo de la existencia de Dios, sus bendiciones y sus bondades, mi motivo más fuerte para celebrar la Navidad.

¡Feliz Navidad y buen provecho!

Amante del Buen Comer®