Twitter: @LuzJaimes
A punto de morir, ahí sentado, el año emitió un suspiro grave y ronco. No estaba convencido de su partida, de morir en el limbo… Tan pronto. Al tiempo tampoco le gusta el olvido, es una tarea que se le encomendó sin preguntar.
El año quería decir tantas cosas, gritar los recuerdos y las palabras no dichas. Por eso se quedó sin voz. Le pidió al sol que alumbrara inclemente, y al viento que corriera libre y helado. Nada logró que lo escucharan. Sintió dolor en su espalda cuando anunciaron que venía un año mejor y prometedor.
Pareciera que el tiempo es uno solo, pero alguien decidió partirlo en años. Los años, guardan tardes de museos con gente que no se conoce, pero se mira con complicidad. Atesoran la música y el eco de la guitarra que lloró en ese concierto, recuerdan la ropa con aromas de gente que ya se encuentra en otro lado.
Los años conservan también en la memoria, la noche en la que murieron esos hombres y la mañana de domingo que una mujer fue agredida a media calle. En ellos está la enfermedad y la cura. Las voces que alguna vez pisaron la banqueta.
El año, después de suspirar, pensó que el tiempo le permitió ser joven una vez y nunca prometió la eternidad. Entonces, se levantó dignamente del asiento para que nuevas cosas sucedieran. Porque eso toca hacer a los que ya han vivido.