Twitter: @CLopezKramsky
Una característica que parece estar acentuándose en la Administración Federal -la autodenominada Cuarta Transformación– es la improvisación. Por doquier se ven ejemplos de acciones, decisiones y políticas públicas que, por improvisadas, se enfrentan a difíciles obstáculos operativos. Es muy complicado implementar políticas que no tienen sustento, porque los contratiempos normativos, materiales o financieros, surgen por decenas. Más aún cuando las metas de dichas acciones son elevadamente ambiciosas, como las que fijó el presidente Andrés Manuel López Obrador.
El presidente López Obrador pretende cambiar al país como lo hizo Benito Juárez, pero, en su ceguera de taller, pasa por alto que transformar un país, hoy en día, es mucho más complicado que hace 150 años, y esa complejidad se multiplica si las políticas públicas con las que se pretende transformar son, en su mayoría, improvisadas. Quizá, esa sea la causa de que sus aspiraciones reformadoras no tengan el eco que él quisiera.
López Obrador no es Benito Juárez y el México del Siglo XXI no tiene nada que ver con el de mediados del XIX.
Es evidente que el presidente desea emular las gestas del prócer de Guelatao, pero debe entender que la toma de decisiones en mundos tan distintos es extremadamente diferente. En el México de Juárez no existía una administración pública altamente especializada, ni redes sociales o medios de comunicación plurales, ni complejos sistemas de defensa y de seguridad pública, grupos delincuenciales con poder de fuego similar al de las Fuerzas Armadas, intrincados equilibrios geoestratégicos mundiales, o incomprensibles mecanismos financieros y bursátiles que operan en tiempo real alrededor del globo; era un México convulso, pero que no dependía de la planeación a largo plazo, de la estabilidad gubernamental y financiera transexenal y del arte de guardar equilibrios entre tantos y tan complejos factores reales de poder.
El México de López Obrador está inmerso en la globalidad y en la realidad instantánea y, por tal motivo, las directrices gubernamentales no pueden basarse en la decisión de un solo hombre, por más honesto o incansable que sea o diga serlo, pues no hay nadie en este planeta que pueda saberlo todo, oírlo todo y verlo todo. El presidente López Obrador se equivoca rotundamente cuando pretende ser omnipotente, tal y como él piensa que fue Juárez.
2019 nos ha enseñado que sí se puede estar peor y que las malas decisiones gubernamentales hacen muchísimo daño a la economía, al Estado de Derecho, a la seguridad pública, al combate a la pobreza, a la política, a la sociedad en general. 2019 nos enseñó que la improvisación en el gobierno sale muy cara y que decisiones de megalómanos pueden arrastrarnos vertiginosamente hacia atrás en el tiempo; 2019 nos enseñó que borrar y desmantelar todo lo hecho en el pasado, significa destruir un México de más de 200 años, solo para intentar construir otro en menos de seis, para llevar a su ideólogo a los anales de la historia, junto a ese añorado Juárez. Al extinguirse, el año 2019 nos suplica no repetir el experimento.
La improvisación en la Cuarta Transformación se palpa incluso en el mensaje navideño.
Mi familia y yo deseamos a todos los mexicanos unión, amor y felicidad en estas fiestas decembrinas. pic.twitter.com/w8stjFw3aa
— Andrés Manuel (@lopezobrador_) December 25, 2019
En su alusión con motivo de la Navidad, el presidente, como youtuber, optó por grabar un video con su esposa e improvisar, entre ambos, un mensaje coloquial que, si bien puede ser aplaudido por su público, demuestra la poca seriedad e importancia que le brindó. No queremos un presidente imperial como en los sexenios priistas, pero, a veces, solo a veces, es conveniente tener a un presidente solemne y serio, que nos enseñe con claridad, respeto y consistencia, el camino que piensa seguir para conducir a este país hacia el progreso.
Mucho le ayudaría al presidente López Obrador estudiar el video del discurso de la reina Isabel II, del Reino Unido, en el que, con motivo de la Navidad, recuerda a los británicos lo mucho que su país ha luchado para llegar a dónde está y que es imperativo reconciliar el pasado y el presente, así como que el progreso se va construyendo con pequeños pasos sostenidos y no con grandes y espectaculares saltos de fe.