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Vicente Fox les abrió las puertas y Felipe Calderón les allanó el camino. Con Enrique Peña Nieto hicieron lo que quisieron. Así fue que el narcotráfico, o crimen organizado, se apoderó de la política mexicana. O la hizo su cómplice. O entendieron cómo se debía trabajar en armonía.

Hay muchas hipótesis sobre cómo los diferentes cárteles que operan en el país se enquistaron en la administración pública municipal, estatal y federal. En un inicio, pongamos la década de los ochenta como punto de partida, eran los traficantes quienes se acercaban con los políticos para “pedir permiso” de operar en su territorio. La respuesta era casi obvia o hablaba la bala. Había un sometimiento tácito. Pero las cosas marchaban.

La llegada de Carlos Salinas de Gortari no cambió gran cosa. Dio golpes “importantes” como la captura de Miguel Ángel Gallardo Félix, “El Padrino”, uno de los narcotraficantes que fundó una verdadera escuela del crimen organizado. Aunque lo apresaron, surgieron nuevos líderes. Entre ellos Ismael Zambada, Joaquín Guzmán Loera, Amado Carrillo Fuentes, así como los hermanos Arellano Félix y los Beltrán Leyva. Todos ellos bañaron de sangre a nuestro país. Muchos, incrédulos, se preguntaban…¿y las autoridades? Que acaso nadie iniciaba verdaderas investigaciones.

Todo era un secreto a voces. Se hablaba explícitamente de una colusión entre autoridades. Incluso, en tribunales mexicanos se presentaron pruebas en juicios contra capos de cómo policías (de cualquier rango) estaban en su nómina. En las famosas libretitas.

Pero fue hasta que Estados Unidos le puso cascabel al gato que esto dejó de ser un secreto a voces. El testimonio de uno de los Vicente Zambada Niebla, “Vicentillo”, uno de los hijos del “Mayo”, reveló la compleja, pero a la vez simple y funcional estructura de cómo el Cártel de Sinaloa cooptó a la autoridad policiaca más importante y con más poder en el sexenio de Calderón para operar a sus anchas.

Bastaron, hasta donde se sabe, ocho millones de dólares para gozar de inmunidad. No había golpes directos contra el cártel del “Chapo” y del “Mayo”.

En un extraordinario reportaje convertido en libro, la periodista Anabel Hernández desmenuzó las huestes de un cáncer que, sumado al de la corrupción, han sumido a México en una espiral de violencia y pobreza.

García Luna fue el emblema de la lucha contra el narco, que uso Calderón para legitimar su controvertida llegada al poder. García Luna fue el “superpolicía” que montaba operativos para transmitirlos en cadena nacional. García Luna fue el Secretario de Seguridad Pública que terminó de podrir y corromper al sistema. Normalizó la convivencia narco-policía-política.

Hoy muchos nos preguntamos…¿en verdad no sabía nada Calderón (su jefe)? El entones procurador, Eduardo Ministro Mora, quien salió corriendo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación luego que se revelaran depósitos millonarios irregulares a su cuenta, ¿tampoco sabía?

Así fue cómo el narcotráfico se convirtió en parte de la política o viceversa.

Hoy, el crimen organizado dedicado al trasiego de drogas es un poder más del Estado. Tal vez en unas semanas empecemos a conocer la estructura orgánica de su operación estatal. Y tal vez García Luna sea la punta de un enorme iceberg.