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En las últimas semanas, nuestro país se ha visto envuelto en severas discusiones sobre lo que debe ser políticamente correcto: En cómo deben conducirse las ideas, los cuerpos, las peticiones o hasta el arte. A veces me parece insólito que pese más un rayón que una muerte, o que valga más taparse los senos que abusos policiales en Chile.

Lo último que llamó mi atención sobre esta convulsa situación es lo que está ocurriendo dentro del marco de la exposición temporal Emiliano. Zapata después de Zapata que aloja el museo del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México; a partir de que este martes 10 de diciembre un grupo conformado por miembros de organizaciones campesinas entró al recinto -amenazando con cerrarlo- debido a que consideran como ofensa a “La Revolución” pues representa al caudillo del sur montando un corcel blanco con erección, desnudo con zapatillas de tacón, sombrero rosa y expresión corporal de goce erótico.

El autor de la obra es el artista mexicano Fabián Cháirez, quien se ha caracterizado por la resignificación de iconos de la cultura popular como sacerdotes, gladiadores de lucha libre y héroes nacionales para cuestionarnos sobre nuestra ética, sobre lo frágil de los valores, sobre todo, aquellos que se relacionan con el género. Y es aquí donde me gustaría lanzar una serie de preguntas ¿Por qué aquello que transgrede las etiquetas de masculino o femenino siempre causa polémica? ¿Acaso somos seres tan binarios, que no podemos ver más allá de la condición biológica, y aceptarnos como seres simbólicos que llenan de complejidad su entorno rebasando el 1 y el 2, el blanco y negro?

Importante, no podemos pasar inadvertida la enunciación sobre la obra de Cháirez: De forma automática aseveran es un Zapata afeminado o gay ¿¿??… ¿Por qué usar automáticamente esos adjetivos? Ahí está el reflejo de nuestro aprendizaje cultural, de lo que clasificamos de forma personal y colectiva -en cuanto a prendas, colores, rasgos- exclusivo de mujeres o de una identidad de género u orientación sexual. Esta taxonomía de pensamiento ha desencadenado -junto con otros factores- en problemas tan graves como la homofobia, misoginia, feminicidios, bullying, etc.

Lo anterior nos conduce a un severo problema; somos una sociedad de doble moral: Por un lado buscamos guardar costumbres y apariencias en lo que corresponde al pasado, a la historia, a los héroes nacionales. Pero por otro lado, decimos que formamos parte de la sociedad del siglo XXI: transgresora e incluyente; donde empresas como Mercado Libre hablan de “moda sin género” o se defiende el derecho por comunidades de género no binario, se alaba que personalidades se muestren sin etiquetas, portando lo que les plazca como el caso de Tilda Swinton, Jared Leto, Pink, Sam Smith, Andreja Pejic, Jonathan Van Ness, Laura Pergolizzi, Billy Porter, Cara Delevingne, Ezra Miller, Bad Bunny, por mencionar solo algunos.

¡Vaya dilema! Si los cánones sobre la representación del cuerpo los rompen David Bowie, Madonna, Prince, Dua Lipa o Harry Styles no tenemos problema, pero no vaya a ser que toquemos el pasado, aquello que parece “inmaculado” porque entonces todo tiembla. Si en verdad deseamos transformar nuestra realidad, derribar aquellos moldes culturales que han traído sistemas de pensamiento tan graves, entonces no podemos seguir bajo la “vieja escuela”, ejemplo las vanguardias artísticas, las cuales quebrantaron lo que se conocía como arte, dando una nueva perspectiva a expensas del rechazo y burlas. ¡Ah! Pero ahorita que apreciado es el impresionismo, dadaísmo y surrealismo, siendo que en su tiempo los artistas de dichas corrientes fueron excluídos y señalados socialmente.

No perdamos el piso; el cuadro de Fabián está inserto en un contexto de la esfera artística. El autor no busca que su pintura sea parte de los libros de texto o que traspase otras dimensiones sociales. De no ser por la manifestación violenta de campesinos, tal vez la obra nunca habría sido puesta en el ojo del huracán de la opinión pública -cabe señalar que fue creada desde el 2014 y una versión similar adorna las paredes del bar Marrakech-, y en esta discusión, el más beneficiado es el creador que ahora tendrá otro tabulador de su producción.

Pensemos, la realidad humana está atravesada por lo ético-simbólico. La polémica sobre el cuadro -siendo que se ha presentado desde hace años en otros recintos- se debe al simbolismo del espacio: Bellas Artes le ha dado un peso extra de significado a la obra, pues también carga lo que dicho lugar representa: historia, arte y “buenas costumbres”: Sólo las grandes y consagradas figuras pueden habitar dicho templo a la cultura.

Para concluir, esto nos sacude como sociedad respecto a los valores, a lo que consideramos “intocable” lo cual es una falacia, todo puede ser reconfigurado y reinterpretado. La especie humana se caracteriza por el caos, el descubrimiento y apropiación.

Los monumentos, héroes y valores se crean pero también pueden destruirse y reinventarse.

No somos seres estáticos, somos seres de movimiento; y romper la representación tradicional de símbolos siempre será controvertido pero necesario.