Ni un año ni una década bastan para resolver el problema de inequidad

viernes, 8 de noviembre de 2019 · 09:23
Twitter: @bufalolmangas ¿Cuántas palabras realmente pueden expresar la sensación de impotencia ante el salvajismo y la muerte? Se ha buscado de mil maneras evitar masacres y desapariciones. El día de terror en Culiacán y la masacre de los LeBarón son los ejemplos más recientes de una sociedad resquebrajada, sometida ante el crimen. Ni Felipe Calderón tuvo la solución en el músculo de la militarización del país ni Peña Nieto brindó mayores oportunidades de crecimiento por medio del sistema neoliberal. Por supuesto que el Gobierno de López Obrador está siendo rebasado en su intento por pacificar al país, mas no se pueden esperar resultados mágicos en un año de gobierno contra casi 40 años en los que el crimen organizado se desarrolló bajo el cobijo de las autoridades. Ante la crisis interna se asoman los fantasmas del intervencionismo de Estados Unidos. A unas cuantas horas del ataque en los límites de Chihuahua y Sonora, los políticos republicanos Lindsey Graham y Tom Cotton aprovecharon la coyuntura para lanzar insinuaciones de pasar por encima de la soberanía de México, del principio de no intervención, en aras de combatir a los grupos de narcotráfico. Mientras Cotton dijo claramente que la única estrategia era combatir balas con balas “más grandes”, Graham pretende catalogar a los cárteles en el grado terrorista. El mismo Trump ofreció el apoyo militar para acabar por completo con los narcos.
El problema de fondo que debería atender el Gobierno de Estados Unidos es el control del consumo interno de drogas y el suministro de armas a los cárteles mexicanos.
Se ha dicho hasta el cansancio y nuestro vecino del norte se ha negado por décadas a asumir dicha responsabilidad.
Aquellos mexicanos que a la ligera tuitean a favor de una intervención extranjera, deberían volver con urgencia a sus clases de historia y sentido común.
En el caso hipotético de permitir a las fuerzas armadas estadounidenses ¿no han sido ellas mismas protagonistas de masacres a civiles inocentes en Medio Oriente? Vamos, incluso sus drones y armas de alta tecnología han provocado daños colaterales. En una fuerte crítica al neoliberalismo, el expresidente ecuatoriano Rafael Correa dijo que uno de los principios de la derecha es la represión y el uso de las fuerzas armadas; al menos durante su gestión izquierdista, la visión de seguridad ciudadana se basaba en el desarrollo humano: movilidad social, oportunidades equitativas en las clases bajas para mejorar su nivel socioeconómico. “No es esfuerzo de un Gobierno, sino esfuerzo de todos. No viene de más policías, armas más grandes, viene de más desarrollo humano. Vine de más inclusión. Viene de menor inequidad”, dijo Correa en entrevista con Leo Zuckermann. Los últimos tres sexenios la piedra angular era una política donde la vida de las personas, sus oportunidades se convirtieron en una mercancía más que solo benefició a las clases más altas: entre mayor inequidad, menor reparto de riqueza. ¿Dónde han encontrado las clases más pobres esas oportunidades de rápido crecimiento económico? El crimen organizado aprovecho ese vacío y los resultados los vemos no tras un año de la presidencia de López Obrador, sino de décadas de un modelo fallido. Retomo las palabras de Correa: “En un año no se puede hacer nada ni en diez años se puede hacer mucho. No se puede hacer todo”, mientras sigamos divididos e indiferentes como sociedad. El fenómeno de violencia mexicano no se resolverá durante este sexenio; quizá en 20 años podamos hablar de paz, pero solo sí trabajamos para brindarle mejores oportunidades a los más pobres y desprotegidos.

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