Más que una etiqueta

miércoles, 27 de noviembre de 2019 · 02:20
Twitter: @marisahurtadom Etiquetar es un impulso humano difícil de combatir. Emitimos juicios y clasificamos a las personas porque esto nos hace la vida mucho más fácil y nos ahorra tiempo. Sin tomar muchos factores en cuenta, establecemos que alguien es de una determinada forma o piensa de cierta manera, antes de tan siquiera darnos la oportunidad de conocerlos, y prefiriendo hacer una suposición respecto a cómo van a actuar en el futuro. Difícilmente podemos negar que cuando conocemos a alguien, le ponemos una calificación identificadora, ya sea por su aspecto físico, su profesión, su carácter, su ideología, su nivel económico, inclusive por su ropa, sus gestos y tono de voz. Por otro lado, muchas veces nosotros mismos nos imponemos un distintivo o hasta justificamos nuestras acciones con base a esa etiqueta.
Una muestra muy clara de esto lo podemos ver actualmente en catalogaciones como las feminazis, los fifís, los fits, los hipsters, los amantes de los animales, entre muchas otras.
En el caso de las feminazis, este término peyorativo se creó con el fin de desacreditar el feminismo en general y también para supuestamente señalar a las mujeres que se creen superiores a los hombres. La palabra vuela por los aires, se contagia, se cuela entre las pláticas cotidianas, se utiliza habitualmente en redes. Pero ¿cómo es posible que una corriente de pensamiento que busca equidad de género acabó como una demarcación relacionada con una ideología que provocó uno de los mayores crímenes de la historia del ser humano? Por otro lado, la sociedad juzga a los amantes del deporte o la gente fit de estar obsesionada con su cuerpo, de tomarse selfies en el gimnasio o dar recomendaciones sobre este estilo de vida, sin ver los aspectos positivos del asunto. Empecemos por el simple hecho de que somos un país con un altísimo nivel de obesidad, entonces ¿por qué denigrar a los individuos que deciden llevar una vida sana, aún si sólo es por moda? Sin embargo, y a pesar de lo que mencionó previamente, yo también he sido víctima de juzgar a otras personas, por ejemplo, a los “animal lovers”. No me lo tomen a mal, yo soy una gran fanática de los animales, pero sí he sido de las que antipatiza con las iniciativas en las que se le da más valor a la vida de un animal, que a la de un ser humano. O también soy de las que considero incorrecto que la gente este sumamente consternada por cosas que ocurren en otros países, pero no tienen ni la menor idea de lo que pasa en México. No obstante, justamente aquí es donde se que muchas veces caigo en el error, pues al etiquetar a la gente, se corre el gran peligro de confundir juicios con hechos. Cuando emitimos valoraciones de otros, nunca son ciertos o falsos, si no que están bien o mal fundamentados para uno mismo.
Volvemos nuestra opinión en “verdades incuestionables” y perdemos la autocrítica.
Finalmente, lo fundamental es recordar que la forma de actuar o de pensar de un ser humano no es estática, y depende de muchos factores, del entorno, nivel de interés, forma de reflexionar, educación, eventos de coyuntura, etcétera.
Las palabras no llegan a la profundidad de lo que es un ser humano, y en el momento en el que se le define o se le etiqueta, se pierde de vista lo más importante, que es la esencia.

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