El Show de Trump y la poesía de los inmigrantes

miércoles, 27 de noviembre de 2019 · 02:01
Twitter: @JesusFraRom Donald Trump irrumpió en la política norteamericana de manera vertiginosa. En tan solo unos meses logró lo que otros ni en toda una carrera política (léase Jeb Bush): llegar a la Casa Blanca. Intempestivamente, un magnate, muy cuestionado, en bienes raíces, despachaba desde la Oficina Oval. Hay que decirlo: su manera de hacer política es rupestre y a base de manotazos. El primero de ellos se dio sobre la mesa cuando se supo que los rusos, a través de un sofisticado grupo de hackers que infestaban con Fake News al electorado indeciso, logró enfermarla con el virus de los demócratas. Aunque se hizo toda una investigación de la “trama rusa”, el oriundo de Nueva York salió bien librado. Muchos decían que eso era su acabose político. La realidad: era una parte más el show de la política estadounidense. Tres años después, Trump volvió a irrumpir en escena. Una llamada sostenida con su homólogo ucraniano, Alexander Vindman (el 25 de junio pasado), demostró de lo que está hecho Trump. Ignorancia política y hacer lo que sabe hacer mejor: extorsionar y dejar en claro que si él da, tú tienes que regresarle el favor como él lo pida. Así es como amasó, más menos, en el alto Manhattan. Construyendo edificios y prometiendo impulsar la economía neoyorquina, siempre y cuando se le perdonara el pago de impuestos. Solo que a Trump se le olvidó algo. En la política esa estrategia no es bien vista. Ni tampoco aceptada. Pero también esa llamada abrió la Caja de Pandora sobre una diplomacia paralela que había montado Trump de la mano de Rudy Giuliani, su abogado personal. Al día de hoy no se sabe si la intención era, o es, desprestigar a los Biden. Empezando por el padre, Joe. El “dormilón” o “flojo”, como ha llamado en Twitter Trump a quien se supone es su rival más serio en la nueva carrera hacia la Casa Blanca. La diplomacia de Trump no es para mejorar la relación con países con ideologías distintas y apelando a un pluralismo razonable y tejer una doctrina comprensiva.
En un hecho histórico en la política moderna el 13 de noviembre comenzaron las audiencias públicas y televisadas en cadena nacional. Hasta hoy, 12 testigos y más de 20 horas que, en mayor o menor medida, incriminan a Trump en un caso de “quid pro quo”.
Una cosa por otra. En pocas palabras, una extorsión: ayuda militar si se investiga a Joe y Hunter Biden. Al inicio de las primeras escuchas, los analistas se apuraron a decir…es el fin de Trump. Otros más, aplaudían el frío cálculo político de Nancy Pelosi, acérrima rival del presidente y quien dio el banderazo de salida para este show político. Dentro de estos testimonios, paradójicamente, resaltan tres. El de Marie Yovanovitch, ex embajadora de Estados Unidos en Ucrania; Coronel Alexander Vindman, Director de Asuntos Europeos del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos; Gordon Sondland, embajador de Estados Unidos en la Unión Europea y Fiona Hill, ex oficial del Consejo de Seguridad Nacional. Pero…¿por qué resaltan? Porque todos ellos son migrantes que llegaron siendo unos niños provenientes de Europa. El testimonio de todos ellos es unísono: lo que le hizo Trump al país y la democracia es inaceptable. “El próximo mes serán 40 años desde que mi familia llegó a Estados Unidos como refugiados. Cuando mi padre tenía 47 años, dejó todo atrás para que sus tres hijos pudieran tener mejores vidas. Su coraje y decisión me inspiró un profundo sentido de gratitud”, dijo Vindman en sus testimonio inicial. Fiona Hill, quizá, fue la que lanzó una diatriba más dura hacia Trump. “Yo he hecho una carrera apartidista, soy una profesional en seguridad nacional apolítica”. Para Trump, los testimonios de estos migrantes, que no son “bad hombres”, ni narcotraficantes le ha dejado en claro una cosa: Estados Unidos está conformada y se ha fortalecido por la labora patriótica de los migrantes, que ven en cualquier trabajo que hagan la mejor forma de engrandecer un país que les ha dado prácticamente todo. Aunque Trump no sea destituido la lección está clara: vale más un migrante leal que un nacionalista convenenciero.