El precio de movernos

miércoles, 9 de octubre de 2019 · 02:21
Twitter: @YessUrbina Esta semana comenzó con la marcha de taxistas en distintos puntos de la ciudad generando tráfico y disgusto entre ciudadanos, pero sobre todo polarización entre si, los taxis convencionales siguen siendo eficientes al compararlos con los de las apps de Uber, Didi, Cabify, Beat, etc. Si bien, es una discusión antigua después de las diversas manifestaciones con la entrada de estas aplicaciones hace unos años, no podemos negar que han sido de gran utilidad para la mayoría de los usuarios asiduos de taxis. Más allá de entrar a los aspectos positivos y negativos de los servicios que de sobra conocemos, hablemos de algo que no ha estado en la discusión central: los requisitos para los taxistas y sus condiciones laborales. Con la entrada de estas aplicaciones, los taxistas convencionales quedaron en desventaja al tener reglas más estrictas para poder circular que los taxis de aplicación, éstos, al principio, parecían estar muy bien regulados hasta que se convirtieron en una trampa mortal para las mujeres con lamentables asesinatos y accidentes durante los servicios que ofrecían en distintos estados del país. Ahora, sumemos la falta de seguridad social de los taxistas, la mala regulación de las tarifas cuyo abuso ha pasado por alto desde siempre y la falta de innovación y mejora de su servicio que impide una competencia pareja con las aplicaciones. Si bien, el gremio de taxistas es muy grande y tiene capacidad para paralizar el tránsito en la ciudad, no ha tenido capacidad de organizarse y mantenerse en la competencia. Tanto taxistas convencionales como de aplicación tienen algo en común: son trabajadores que tienen como ingreso único esta labor o como segunda fuente de ingreso para completar las ganancias que sus principales empleos no solventan y que como mencionaba, la mayoría no cuenta con la garantía de sus derechos laborales. La dinámica ha cambiado y es que antes se asumía que la mayor parte de los taxistas no eran profesionistas, el día de hoy es raro encontrar a un taxista que no tenga una profesión.
El gremio ha crecido y la demanda del servicio también, así como las exigencias de los usuarios.
La coyuntura nos exige plantear un debate con matices, comprendiendo las ventajas y desventajas que representa cada servicio y los aspectos compartidos que ninguno ha logrado mejorar como sus condiciones laborales y de costo-beneficio no sólo económico sino en términos ambientales y de movilidad. No podemos olvidar que hace unos meses la contingencia ambiental nos impedía realizar nuestras actividades cotidianas con normalidad, tampoco dejemos de lado las condiciones del transporte público que llevan años y años sin una mejora considerable que permita a más usuarios utilizarlo pese a la saturación del mismo, así como la cultura vial cada día más caótica.
El precio para poder transportarnos es excesivo desde cualquier perspectiva.
Estamos ante retos de desarrollo urbano y social muy grandes que requieren políticas adecuadas y justas dirigidas a un gremio organizado, consciente de los límites de su falta de modernización y la oportunidad de readaptarlos a las necesidades de los usuarios para generar competencia en lugar de enfrentamientos que poco les benefician. ¿Realmente hacía falta esta manifestación para abrir un debate al que poco se ha puesto atención o exigido una mejora siendo parte de algo tan cotidiano en el entorno urbano? Puede que sí y es el momento que las autoridades deben aprovechar para poner reglas en ambos servicios comenzando por regular el sector de taxis concesionados y las condiciones de los taxis de aplicación, no sólo para fomentar la competitividad, sino para garantizar sus derechos laborales como empleados y optimizar las ofertas de transporte público en una sociedad que requiere moverse todo el tiempo a cualquier costo.

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