El cinturón de paz

viernes, 4 de octubre de 2019 · 02:10
Twitter: @CLopezKramsky No cabe duda que en la Cuarta Transformación las cosas se hacen de forma distinta a todo lo que habíamos conocido y, para muestra, el más reciente botón: el cinturón de paz que formaron los burócratas del Gobierno de la Ciudad de México, con el que se pretendió contener la violencia de grupos vandálicos que irrumpieron durante la marcha de conmemoración del dos de octubre.
Absolutamente nadie puede negar que esta estrategia de convertir a los servidores públicos en piñata humana es inédita.
Aunque sus resultados no van más allá de las terribles imágenes de servidores públicos vejados, golpeados, pintados, aguantando estoicamente en medio de gases, tomados de las manos. Esto no es solo una vergüenza, sino también una irresponsabilidad.
El gobierno que encabeza Claudia Sheinbaum es rehén de sus propios dogmas y le está costando muy caro a la ciudad y a sus habitantes.
Esta administración inició con una consigna: no ser igual a las anteriores y no reprimir. Parte de ello deriva de las líneas que ha marcado el presidente López Obrador, pero otra es de autoría y asunción propia. Para cumplir con este mandamiento, tan pronto tomó protesta y posesión del cargo, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México desapareció el grupo de elementos policiales especializado en control de disturbios urbanos comúnmente conocido como “Granaderos”.
Con ello, la ciudad se quedó sin un elemento central del Estado de Derecho, el instrumento para hacer cumplir la ley.
Hacer cumplir la ley no es sinónimo de represión, pero para la jefa de Gobierno, utilizar la fuerza policial para mantener el orden público parece significar precisamente eso, reprimir. Todo indica que para Claudia Sheinbaum no existen matices en este aspecto y su codificación parece ser binaria: si usa a la policía será represora y si no la utiliza entonces será una defensora de los derechos y la justicia. A la larga, este dogma se convirtió en un laberinto de suma cero, en el que el gobierno de la ciudad siempre sale perdiendo, sin importar la decisión que se asuma. No es nuevo que en las marchas y protestas que se dan en la Ciudad de México exista violencia. Los grupos de jóvenes que vandalizan han existido desde hace años y aprovechan las fechas emblemáticas para descargar su violencia y crear inestabilidad política. La respuesta que el gobierno de la Ciudad de México ha dado a este fenómeno no ha sido uniforme, pues en algunos casos las ha consentido tácitamente y en otros las ha combatido con toda la fuerza policial que tiene a su disposición. El gobierno en turno ha jugado con sus opciones al enfrentar a estos grupos. Pero en el caso del gobierno de Claudia Sheinbaum, la situación es más complicada porque por decisión propia prescindió de la fuerza policial para contenerlos. Como anuncio mediático, en su momento, fue provechoso para sus objetivos políticos, pero tarde o temprano llegaría el tiempo en que tendría que enfrentar el desorden en las calles. Al no utilizar a la policía para controlar los disturbios, el gobierno de la ciudad tuvo que mandar un ejército de oficinistas, que no tienen ni la preparación táctica, ni física, ni el entrenamiento, ni las herramientas para lidiar –ya no se diga controlar- con grupos altamente violentos. De poner sellos de recibido en oficios, los servidores públicos tuvieron que enfundarse en playeras blancas y cascos de bicicleta para salir a las calles y evitar que los grupos vandálicos causaran destrozos. Las imágenes son muestra fehaciente del resultado: algunos quitándose las camisetas blancas, otros aguantando humillaciones, empujones, golpes y gases; otros en plena desbandada tratando de salvaguardar su integridad física.
En suma, un reverendo fracaso provocado por una ocurrencia que puso en  peligro la integridad, la salud y la vida de doce mil personas.
Al final, los grupos violentos causaron destrozos durante la marcha, tal y como lo han hecho en ocasiones anteriores, y la ciudad –como siempre- tuvo que utilizar cuerpos policiales para encapsularlos: lo que dice el librito. Entonces,
¿Qué necesidad tenía la jefa de Gobierno para arriesgar la vida de sus colaboradores?
 

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